La yegua que tejía cuentos. Hace mucho tiempo, en las praderas de la gran llanura, vivía una yegua muy especial. Ella no era como las demás yeguas, ella tenía un don único y maravilloso: era capaz de tejer cuentos. Sí, tejer cuentos. Con sus largas crines y su cola sedosa, la yegua tejía historias en el viento, de un lado a otro, a lo largo y ancho de la pradera.
La yegua de cuentos había nacido con este talento innato, pero fue cuando era más joven que descubrió su verdadero propósito en la vida. Un día, mientras pastaba en un campo cercano a una pequeña aldea, escuchó las risas y la diversión de los niños. Impulsada por la curiosidad, la yegua se acercó poco a poco y comenzó a escuchar las historias que uno de los niños contaba al resto.
La yegua estaba fascinada. Las historias que el niño contaba eran tan imaginativas y entretenidas que la yegua se olvidó de pastar y se sentó a escuchar con atención. Fue entonces cuando la yegua notó algo extraño, algo que nunca había sentido antes: una pulsación cálida y delicada en su corazón. La yegua se dio cuenta de que aquellos cuentos estaban tejidos con los mismos hilos que fluían a través de sus propias crines sedosas.
Desde ese día en adelante, la yegua se dedicó a tejer cuentos para los niños de la aldea. Durante el día, pastaba en la pradera y durante la noche tejía historias en el viento. Los niños esperaban ansiosos cada noche para oír las historias que la yegua les contaba. Y estas historias tenían un efecto mágico en la aldea. Los niños, y también los adultos, se enamoraron del mundo de los cuentos. Se emocionaban, se reían y se maravillaban con cada una de las historias que la yegua tejía.
Con el tiempo, cada vez más personas de la región acudían a la aldea para oír los cuentos de la yegua. La noticia del don de la yegua se extendió rápidamente por todos los rincones del territorio, y pronto, la yegua se convirtió en un héroe local, amada y respetada por todos. Pero la yegua no se vanagloriaba de su don, ni se enorgullecía de las historias que tejía. En realidad, la yegua veía su don como algo natural, como una parte de su ser, algo que simplemente surgía de su corazón, de la misma forma que los ríos fluyen hacia el mar.
Un día, durante una tarde de verano, hubo un gran incendio en la pradera cercana. Muchos animales corrían hacia el río para escapar de las llamas, pero a pesar de sus esfuerzos, muchos de ellos quedaron atrapados en la gran masa de fuego. Pero la yegua no se quedó quieta. Sintió un gran dolor en su corazón al ver su hogar devastado, y decidió utilizar su don para ayudar a salvar a los animales.
Comenzó a tejer una historia sobre el valiente fuego que luchaba por quemar todo lo malo en el bosque, mientras que la corriente del río se enrollaba alrededor de los animales, protegiéndolos del ardor. La yegua tejía con tanto fervor que su cuerpo empezó a emitir un resplandor dorado. Los demás animales la observaban con asombro, fascinados por su habilidad.
La yegua tejía y tejía, dando vida a la historia, hasta que finalmente, la llama se extinguió y el fuego cesó. Los animales libres corrieron hacia la yegua para agradecerle por salvar sus vidas y al mirar alrededor, la yegua notó que el paisaje había cambiado. El bosque y la pradera habían renacido, llenos de una nueva vida. Los baby de los pájaros cantaban melodías que nunca habían sido escuchadas antes, mientras que los insectos nuevos encontraban su camino en las hojas recién nacidas.
La yegua supo entonces que había cumplido su verdadero propósito: no solo haber entretenido, sino también haber regalado vida. Desde ese día, continuó tejiendo historias, pero siempre en su corazón persistió aquel recuerdo de aquellos animales en peligro y la revelación de su verdadera misión.
Y así fue como la yegua de cuentos se convirtió en un símbolo de esperanza y renacimiento en la pradera, un ser especial y mágico cuyo don deslumbraba a todos quienes la conocían.
La yegua murió a una edad muy avanzada, pero su espíritu perduró en la pradera. Las crines y la cola de la yegua nunca desaparecieron, su sedosa textura se volvía más visible cada vez que el viento soplaba. Los animales de la pradera sabían que allí residía el espíritu de la yegua de cuentos, que tejía historias para todos los que necesitaban de su magia. Y aunque desde aquél entonces han pasado muchos años, las historias de la yegua se cuentan aún en las noches oscuras, esparciéndose a través del viento como hilos tejidos con la más fina seda.