El laberinto de los caballos guardianes. Una tarde de primavera, Daniel estaba caminando por el bosque cuando de repente escuchó un relincho muy cerca de él. Al voltear, vio a un hermoso caballo negro con la mirada fija en él. Daniel se acercó lentamente al caballo, y éste no se movió ni un centímetro. Al contrario, el caballo se acercó a él y comenzó a acariciar su mejilla con suavidad.
Daniel se llevó las manos a la cabeza sorprendido, nunca había visto un caballo tan amistoso. Pero entonces recordó que algo así no debe ser normal. «¿Tú eres un caballo guardián?» preguntó a la misteriosa bestia.
El caballo giró la cabeza en signo afirmativo y relinchó levemente. Daniel supo lo que eso significaba. Seguido al relinche, el caballo comenzó a caminar hacia una espesa vegetación. Daniel lo siguió sin pensar dos veces.
La vegetación empezó a espesarse y a oscurecerse. Daniel siguió caminando sin saber cuánto tiempo había pasado. Cuando finalmente salió del bosque, se encontró frente a una gran montaña rodeada de una especie de ciudad fortificación. Todo el lugar parecía haber sido creado en la Edad Media y la vegetación recubría las murallas. Daniel pensó que debería haberse equivocado, pero pronto se dio cuenta de que había caído en una trampa.
De repente, la tierra comenzó a moverse debajo de sus pies y el ruido de las cadenas lo hizo despertar de su letargo. Daniel se encontraba dentro de una jaula y, a su alrededor, podía ver docenas de caballos de diferentes razas. El joven intentó comprender la situación, pero no pudo encontrar ningún sentido a lo que estaba sucediendo.
Pasaron horas, quizás días, desde que quedó atrapado en esa jaula. Daniel solo podía oír los relinchos de los caballos que estaban a su alrededor. Pero entonces, algo sorprendente sucedió. Un joven se acercó a la jaula de Daniel y comenzó a hablarle en español. Daniel se sorprendió porque nunca había visto a alguien en aquel lugar que hablara su idioma.
El joven le dijo que estaba allí por una razón, pero no podía explicarla en ese momento. Sólo le dijo que, si quería escapar del lugar, tenía que seguir a los caballos guardianes que pasarían por allí.
Daniel estaba desconcertado, pero decidió seguir las indicaciones del joven. Esa noche, mientras todo el mundo dormía, Daniel esperó paciente cuando vio pasar por allí a los caballos guardianes.
Sigilosamente abrió su jaula y comenzó a seguirlos en la oscuridad. Los caballos lo llevaban a travé de un camino escarpado que él jamás podría haber encontrado por sí solo. Después de muchas horas de caminar, los caballos guardianes lo condujeron a una cueva.
En la cueva, Daniel se encontró con una anciana que lo miro con una mezcla de asombro y felicidad. Ella le explicó que, debido a su afán por ayudar a todas las criaturas, los caballos guardianes habían sentido que Daniel era una persona especial. Por eso, habían decidido llevarlo a la cueva.
La mujer le reveló a Daniel que los caballos guardianes estaban en peligro. Alguien los había envenenado y estaban despareciendo, poco a poco, de las tierras. Daniel comprendió que allí dentro estaba su misión.
La anciana le dio una botella con un líquido rojizo, que debía ser llevado a los caballos para salvarlos. «Sólo tú puedes hacerlo», le dijo antes de que Daniel saliera de la cueva.
El camino fue muy arduo, pero Daniel estaba decidido a ayudar a los caballos. Cuando finalmente llegó al lugar, encontró a un grupo de personas intentando cazar a los caballos restantes. Daniel corrió hacia ellos, sosteniendo la botella con el líquido salvador requerido para curar a los caballos guardianes.
Los cazadores intentaron detenerlo, pero el joven era muy rápido y ágil. Con su valentía, Daniel logró salvar a los caballos y conseguir curarlos del veneno en sus cuerpos.
Los caballos guardianes se habían convertido en sus amigos y, gracias a él, habían sido salvados de una desaparición segura. Juntos, Daniel y los caballos guardianes dieron inicio a una amistad que duraría mucho, mucho tiempo.