El caballo y la niña de los ojos brillantes

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El caballo y la niña de los ojos brillantes
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El caballo y la niña de los ojos brillantes. Había una vez un caballo de pura raza que vivía en una pradera rodeada de montañas. Era el caballo más hermoso que existía, con sus crines doradas y su pelaje café oscuro. Siempre caminaba con la cabeza en alto y parecía que sus ojos brillaban con una luz propia.

Un día, el caballo escuchó una voz dulce y amable que lo llamaba desde la otra punta de la pradera. Era una niña pequeña que se acercaba corriendo hacia él. La niña tenía unos ojos hermosos que brillaban como estrellas en el cielo.

El caballo se acercó lentamente a la niña y dejó que ella lo acariciara. La niña se rio y saltó de alegría. Le encantaba el caballo y cada vez que lo veía, sentía un cosquilleo en su estómago.

Los días pasaban y la niña seguía visitando al caballo en la pradera. Ambos se habían convertido en amigos inseparables. La niña le contaba sus secretos al caballo y él escuchaba atentamente. La niña le daba manzanas y zanahorias al caballo y él se las comía con gusto.

Un día, la niña llegó a la pradera con una noticia importante: se mudaría de la ciudad y no podría volver a ver al caballo de los ojos brillantes. El caballo se puso triste y bajó la cabeza. La niña lo abrazó y le prometió que siempre se acordaría de él, aunque estuviera lejos.

A partir de aquel momento, el caballo esperaba en la pradera todos los días a que la niña regresara. Pero ella nunca apareció. El caballo se sintió solo y triste, sin su amiga de los ojos brillantes.

Pasaron los años y el caballo se hizo mayor. Ya no corría como antes ni saltaba con la misma agilidad. Pero seguía esperando a la niña en la pradera, con la esperanza de que algún día regresara.

Un día de primavera, el caballo escuchó una voz conocida que lo llamaba desde lejos. Era la niña de los ojos brillantes, que había regresado a la pradera después de muchos años. Había crecido y ya no era una niña, sino una mujer joven y hermosa.

El caballo se acercó lentamente a la mujer y la miró con cariño. La mujer acarició su crin dorada y lloró de emoción. Había vuelto a encontrar a su amigo de la infancia, el caballo más hermoso de la pradera.

La mujer visitaba al caballo todos los días y hablaban de todo aquello que había ocurrido en sus vidas. La mujer ya no era una niña, sino una artista famosa que había viajado por todo el mundo. Pero nunca había olvidado al caballo de los ojos brillantes, su amigo inseparable.

El caballo se sentía feliz al lado de la mujer y ya no se sentía solo. Se había convertido en su confidente y en su amigo más fiel.

Un día, la mujer le propuso al caballo un viaje por la montaña. Quería mostrarle los lugares más bellos de la naturaleza y pasar tiempo con él. El caballo aceptó encantado y juntos comenzaron el viaje.

La mujer montaba sobre el caballo y él galopaba alegremente por los senderos de la montaña. La mujer cantaba canciones dulces y el caballo seguía el ritmo con sus pasos.

De repente, el caballo comenzó a sentirse extraño. Su corazón latía con fuerza y su respiración se hacía cada vez más agitada. La mujer se dio cuenta de que algo no estaba bien y detuvo al caballo en seco.

El caballo se desplomó sobre el suelo y la mujer se desesperó. Lo acarició con suavidad y lo llamó por su nombre. El caballo la miró con sus ojos brillantes y respiró por última vez.

La mujer lloró a su amigo perdido y le prometió que nunca lo olvidaría. Había vuelto a encontrar al caballo de los ojos brillantes, su amigo de la infancia que había esperado por ella toda su vida.

La mujer decidió quedarse en la montaña con su caballo y construyó un monumento en su honor. Allí, recordaba con cariño a su amigo más fiel, el caballo más hermoso de la pradera.

La mujer se convirtió en una artista famosa que retrataba la belleza de la naturaleza y la fuerza de los animales. Siempre recordaba a su amigo el caballo y en cada obra, plasmaba su amor por él.

El caballo de los ojos brillantes se había ido, pero la mujer siempre lo llevaría en su corazón, como un recuerdo imborrable de su juventud.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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