El Gato y la Princesa del Sol. Érase una vez una princesa que vivía en un reino muy lejano. La Princesa del Sol era muy hermosa y bondadosa, su piel era de color dorado y sus ojos brillaban como dos estrellas en el cielo nocturno. Su padre, el Rey Sol, había construido un palacio de cristal para ella, en el que la princesa pasaba la mayor parte de su tiempo.
A pesar de su belleza y riqueza, la Princesa del Sol se sentía sola. Su padre estaba siempre ocupado gobernando el reino y no tenía tiempo para ella. Los cortesanos se acercaban a ella sólo para pedirle algo, pero nunca para hacerla feliz. Un día, mientras la Princesa del Sol paseaba por los jardines, vio a un pequeño gato que la miraba fijamente. La princesa se acercó al gato y le preguntó qué le ocurría.
– «Estoy triste», dijo el gato. «No tengo un lugar al que llamar hogar».
La Princesa del Sol sabía lo que era sentirse sola y comprendió al gato. Decidió darle un hogar en los jardines del palacio y le prometió cuidarlo y quererlo siempre. El gato la miró con sus grandes ojos verdes y la princesa supo que había encontrado un nuevo amigo.
A partir de ese día, la Princesa del Sol y el gato se convirtieron en inseparables compañeros. El gato la seguía a todas partes, jugaban juntos en los jardines y dormían juntos bajo las estrellas en las noches más cálidas. La princesa finalmente había encontrado a alguien que la hacía feliz y que la comprendía.
Un día, mientras la Princesa del Sol y el gato jugaban en los jardines, se acercó un malvado mago. El mago estaba celoso de la belleza de la princesa y estaba decidido a destruir su felicidad. El mago apuntó con su varita mágica hacia el cielo y creó una gran tormenta.
Los rayos caían a su alrededor y el viento soplaba con fuerza. La princesa y el gato se refugiaron en la cuna de cristal que había en el jardín, donde la princesa dormía muy cómoda. Pero el cristal no resistió el fuerte viento y terminó por romperse, haciendo que la Princesa del Sol se levantara sobresaltada.
– «¡Debemos salir de aquí, gato!», gritó la princesa.
Pero el gato estaba atrapado debajo de los restos del cristal y no podía moverse. La princesa intentó mover los cristales, pero los escombros eran demasiado pesados. La princesa estaba desesperada, no sabía cómo salvar a su amigo.
Entonces, de repente, los rayos dejaron de caer y la tormenta se detuvo. La Princesa del Sol miró al cielo y vio algo increíble: una bola de fuego que se acercaba a ella y que parecía estar bajo el control de alguien. La bola de fuego se detuvo frente a ella y se convirtió en una especie de ave dorada.
– «Soy el mensajero del Sol», dijo el ave. «He venido a ayudarte.»
La princesa no sabía qué hacer. Miró al ave con incredulidad, pero su presencia parecía tranquilizadora. El ave se acercó a ella y le dijo que fuera hacia donde estaba el gato. La princesa obedeció y, cuando llegó a la cuna de cristal, vio que el gato estaba a salvo y no tenía ninguna lesión.
– «No te preocupes, princesa», dijo el ave dorada. «Todo ahora estará bien».
El ave dorada les explicó a la princesa y al gato que había sido enviada por el Rey Sol para protegerlos. El mago había intentado dañar a la princesa, pero el Sol había enviado al ave dorada para salvarla. La princesa estaba agradecida por el acto heroico de su amigo salvador y le preguntó cómo podía agradecerle.
– «¿Puedes pedirle al Rey Sol que nos permita mirar el amanecer juntos?», preguntó el gato. «Nos gustaría ver juntos la belleza que él sigue creando cada nuevo día».
La princesa lo miró con una sonrisa, sabía que aquel era el agradecimiento más sincero que alguien podría haber pedido a su salvador. Le prometió al gato que hablaría con su padre para que ambos pudieran ver el amanecer juntos.
Desde entonces, la princesa y el gato vieron juntos cada amanecer, sin importar lo que pudiera pasar en su reino. La Princesa del Sol había encontrado a un amigo verdadero en el gato y, gracias a él, había aprendido lo que era la verdadera felicidad.