La Gatita y el Espíritu de la Tierra. Érase una vez una pequeña gatita llamada Luna, que vivía en un bosque frondoso y mágico. Un día, mientras cazaba mariposas, Luna se encontró con un espíritu de la Tierra. El espíritu era tan antiguo y sabio que a Luna le costó hablarle, pero cuando lo hizo, se sorprendió al descubrir que el espíritu conocía su nombre.
«¿Cómo sabes quién soy?» preguntó Luna, asombrada.
«Conozco a todos los seres vivos que habitan el bosque», respondió el espíritu con una sonrisa amable.
A partir de ese momento, Luna y el espíritu de la Tierra se volvieron amigos inseparables. Juntos, pasearon por el bosque y descubrieron maravillas que la gatita nunca había imaginado. El espíritu le mostró la danza de las luciérnagas, el canto de las aves, el perfume de las flores y el sabor del rocío en las hojas.
Una tarde, mientras Luna y el espíritu estaban sentados cerca de un arroyo, la gatita le preguntó, curiosa:
«¿Cómo logras conocer a todos? ¿Cómo puedes estar en todas partes a la vez?»
El espíritu se rió con suavidad y le dijo:
«No estoy en todas las partes, Luna. Pero sí puedo sentir las vibraciones de los seres que habitan en este lugar. Si algo cambia, lo percibo y me acerco a ver qué pasa.»
«Ahh…» murmuró Luna, maravillada.
Desde ese día, la gatita comenzó a prestar más atención a todo lo que la rodeaba. Descubrió que cada árbol, cada roca, cada río, cada animal y cada insecto tenía un sonido y una vibración únicos. Y comenzó a interpretar esas vibraciones como un lenguaje que le revelaba los secretos del bosque.
Un día, mientras Luna exploraba un rincón oscuro del bosque, sintió que algo no andaba bien. Percibía una vibración extraña, una perturbación que la hacía sentir incómoda. Fue entonces cuando escuchó un suave chirrido que la hizo detenerse. Era una abeja solitaria, que la llamaba desde un gran tronco ahuecado.
Luna se acercó con cuidado y vio que la abeja estaba desorientada, sin encontrar su camino de regreso a la colmena. La gatita escuchó con atención el zumbido que la abeja emitía y, de pronto, comprendió lo que le estaba diciendo. La abeja le estaba pidiendo ayuda.
Luna se sintió feliz de poder ayudar a su amiga, y comenzó a guiarla por el bosque hasta encontrar la colmena. Cuando llegaron allí, las otras abejas saludaron a Luna con agradecimiento y la invitaron a compartir el néctar y la miel que habían recolectado.
«Esperamos que siempre recuerdes el lenguaje de la Tierra y nunca dejes de escucharlo. La vida es más armoniosa cuando se vive en comunión con todos los seres», le dijo la abeja reina a la gatita, en un suave zumbido.
Luna sonrío feliz y decidió que a partir de ese momento, escucharía con más atención el lenguaje de la Tierra. Acompañada siempre del espíritu de la Tierra, Luna se convirtió en un oído sensible, un corazón puro y un guía valioso para todos los seres del bosque.
FIN.