Los Lobeznos en el Reino de la Luz

Tiempo de lectura: 6 minutos

Los Lobeznos en el Reino de la Luz
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Los Lobeznos en el Reino de la Luz. Érase una vez en el reino de la luz, un lobezno llamado Max que nunca se sentía satisfecho con lo que tenía. Siempre quería más y más, y esto lo hacía muy infeliz. Un día, Max vio a su amigo lobezno, Ben, muy contento con una pequeña rama que había encontrado y se la había llevado a su madriguera. Max no entendía cómo algo tan pequeño podía hacer feliz a Ben. Decidió preguntarle, y así lo hizo.

«¿Por qué estás tan contento con esa rama, Ben?» preguntó Max.

«Porque es algo que me gusta», respondió Ben.

«¿Eso es todo?» preguntó Max incrédulo.

«Sí, Max. A veces es bueno apreciar las cosas pequeñas en la vida», dijo Ben.

Max se sintió un poco confundido por la respuesta de Ben, pero decidió probar lo que su amigo le había dicho. En vez de buscar cosas grandes y costosas que lo hicieran más feliz, empezó a fijarse en los pequeños detalles de la vida: los amigos que tenía, el sol que le brindaba energía, la comida que encontraba en su camino. Aprendió a apreciar lo que tenía y a ser feliz con lo que ya tenía.

Una noche, Max escuchó un aullido de dolor. Era su amigo Ben. Max corrió hacia la madriguera de Ben y lo encontró tirado en el suelo con una pata rota. Max pensó lo peor.

«¡Ben, ¿cómo podré ayudarte?!», preguntó Max.

«Mi amigo, no te preocupes por mí. La única manera de ayudarme es si aprendes a cuidar lo que tienes», respondió Ben.

Max recordó lo que le había dicho su amigo y se dio cuenta de que no necesitaba grandes cosas para ser feliz. Lo mejor que podía hacer en ese momento era cuidar a su amigo.

«Querido amigo Ben, no te preocupes. Cuidaré de ti hasta que sanes. Jamás olvidaré tus enseñanzas y cuidaré mis pertenencias como si fueran lo más valioso que tengo en el mundo», dijo Max.

Y así pasaron los días, Max cuidando a Ben y aprendiendo de sus enseñanzas. Una noche, Ben se recuperó, y Max se sintió feliz de sentir su pata sanar poco a poco. Max había aprendido a apreciar lo que tenía y a cuidarlo, gracias a su amigo Ben.

Érase una vez en el reino de la luz, un pequeño lobezno llamado Leo, quien había nacido sin la vista. Todos los demás lobeznos se burlaban de él por ser diferente y por no ser capaz de hacer las cosas que hacían todos los demás. Leo se sentía muy triste.

Un día, el rey de los lobos les prometió a los lobeznos una cena especial si encontraban ciertas bayas en el bosque. Todos los lobeznos comenzaron a buscar las bayas, excepto Leo, que se sentó debajo de un árbol y se sintió triste al pensar que nunca podría encontrar las bayas porque no podía ver. Pero de repente, una pequeña mariposa blanca con puntos negros aterrizó en su nariz y Leo la sintió.

«¡Hola, pequeña mariposa! ¿Puedes ayudarme a encontrar las bayas?», preguntó Leo.

La mariposa lo guió por el bosque, Leo y la mariposa se ayudaron mutuamente, Leo le daba protección a la mariposa, mientras que esta le ayudaba a Leo a encontrar lo que necesitaba.

«¡Las encontramos!» exclamó Leo al sentir las hojas de la planta donde estaban las bayas.

Leo regresó al reino con las bayas en su boca, y todos los lobeznos se sorprendieron al verlo con las bayas en la boca.

«¡Bien hecho, Leo!» dijo el rey de los lobos. «Has demostrado que no necesitas ver con los ojos para encontrar las cosas más importantes».

A partir de ese día, Leo se convirtió en un mentor para otros lobeznos ciegos en el reino. Les enseñaba cómo usar sus otros sentidos para encontrar lo que necesitaban y les recordaba que su discapacidad no los definía, sino que solo era una parte de lo que eran.

Leo se dio cuenta de que ser diferente no era algo malo, sino que era algo especial y que estaba destinado a enseñarle lecciones valiosas. Y así, la mariposa blanca y Leo se volvieron grandes amigos y aprendieron a confiar y cuidar el uno del otro.

Érase una vez en el reino de la luz, un pequeño lobezno llamado Carlitos que estaba muy asustado por el ruido que rodeaba su madriguera. No podía dormir y estaba tan asustado que pensaba que el ruido era una terrible criatura del bosque que quería comerlo.

Carlitos le preguntó a su madre qué podía hacer para calmar sus miedos.

«Siempre busca la luz», le respondió su madre. «La luz te guiará y te mantendrá a salvo de todos tus miedos».

Carlitos no entendía lo que su madre quería decir con «la luz», así que decidió preguntarle a su amigo, Max.

Max le explicó que habían dos tipos de luz: la luz del sol y la luz de la bondad en los corazones de los demás. La luz del sol lo guiaría durante el día, pero la luz de la bondad en los corazones de los demás lo guiaría durante la noche.

Esa noche, Carlitos escuchó el mismo ruido que lo asustaba. Pero esta vez, en vez de asustarse, recordó lo que Max le había dicho. Cerró los ojos, respiró profundamente y pensó en la luz de la bondad en los corazones de los demás. De repente, se sintió rodeado por una luz cálida y acogedora que lo envolvió hasta que se quedó dormido.

Al siguiente día, Carlitos se despertó lleno de energía y le contó a Max todo lo ocurrido. Max le explicó que la luz en su corazón lo había protegido y lo había ayudado a dormir tranquilo, sin miedo.

Carlitos entendió que el esplendor de su corazón y la bondad que llevaba consigo eran como una luz que lo guiaría durante la noche más oscura y que, sin esa luz, perdería la capacidad de sobrevivir en el bosque. Y así, Carlitos aprendió que el amor y la bondad podían ser como una luz que lo guiara en los momentos más oscuros.

Fin.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Los Lobeznos en el Reino de la Luz
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