El Dragón del Arcoíris. Había una vez un Dragón muy especial que vivía en un mundo mágico donde los seres fantásticos eran comunes. Este Dragón se llamaba Arcoíris y tenía unas escamas de colores muy brillantes y hermosas, como las de un verdadero arcoíris. Pero lo más sorprendente de Arcoíris no eran sus escamas, sino su corazón.
Arcoíris era diferente a los demás Dragones. Mientras que la mayoría de ellos eran fieros e imponentes, él era amable y cariñoso. Le encantaba salir a dar paseos por el bosque, charlar con los pájaros y jugar con los duendes. Y aunque tenía la capacidad de escupir fuego, nunca lo hacía sin razón. Arcoíris era un Dragón pacífico que sólo quería poder compartir su alegría y amor con el mundo.
Un día, mientras Arcoíris estaba volando por el bosque, vio que una manada de unicornios estaba en peligro y decidió ayudarlos. Los unicornios estaban cercados por una banda de ogros, que intentaban capturarlos para venderlos como esclavos a los humanos. Arcoíris no podía permitir que los unicornios sufrieran ese destino, así que decidió intervenir.
Arcoíris se colocó entre los unicornios y los ogros y dejó escapar un rugido ensordecedor. Los ogros se detuvieron en seco, sorprendidos por la aparición del Dragón. Uno de ellos se acercó a Arcoíris y le dijo:
– ¿Qué estás haciendo aquí, Dragón? ¿No ves que estamos ocupados?
– Yo puedo verlo bien, y no me gusta lo que están haciendo –le respondió Arcoíris-. Estos unicornios son amigos míos, y no voy a permitir que los lastimen.
– ¿Amigos tuyos? ¡Ja! ¿Qué clase de Dragón eres tú? –se burló el ogro-. Los Dragones no tienen amigos, sólo enemigos.
– Yo no soy como los demás Dragones –respondió Arcoíris con firmeza-. Yo tengo un corazón, y en él caben todas las criaturas del mundo.
Los ogros se rieron de Arcoíris, pero él no se dejó amilanar. Se acercó a los unicornios y los invitó a subir sobre su lomo. Los unicornios, agradecidos, aceptaron la invitación y se subieron encima de Arcoíris. Entonces, el Dragón desplegó sus alas y comenzó a volar, con los unicornios a salvo entre sus patas.
Los ogros intentaron detener a Arcoíris, pero él les plantó cara. Escupió fuego por la boca y dejó escapar otro rugido, ésta vez más potente que el anterior. Los ogros, asustados, retrocedieron y permitieron que el Dragón y los unicornios se marcharan.
Arcoíris llevó a los unicornios hasta su hogar en el bosque, donde les preparó una cama con hojas secas y les ofreció bayas jugosas. Los unicornios quedaron encantados con el Dragón, y prometieron ser amigos suyos para siempre.
Desde aquel día, Arcoíris se convirtió en el protector de los unicornios. Cada vez que alguno de ellos estaba en peligro, él acudía en su ayuda. Y no sólo de los unicornios, también de cualquier criatura del bosque que lo necesitara. Arcoíris había descubierto que su corazón era su mayor tesoro, y estaba dispuesto a compartirlo con todos los seres del mundo.
Los otros Dragones observaban a Arcoíris con recelo. Lo consideraban un traidor, un Dragón débil que se dejaba llevar por sus sentimientos. Pero Arcoíris no se dejaba intimidar. Sabía que su corazón era su verdadero poder, y estaba dispuesto a demostrarlo a quien fuera necesario.
Una noche, Arcoíris estaba dormido en su cueva cuando sintió un temblor en la tierra. Se despertó sobresaltado y salió a investigar. Lo que vio le hizo helar la sangre.
Un ejército de trolls estaba avanzando por el bosque, destruyendo todo a su paso. Los árboles eran arrancados de raíz, los ríos eran contaminados con veneno y las criaturas del bosque eran cazadas sin piedad. Arcoíris sabía que tenía que hacer algo para detenerlos, pero también sabía que no podía hacerlo solo.
Convocó a todos los seres del bosque, desde los unicornios hasta los duendes, y les explicó la situación. Todos estaban dispuestos a ayudar, pero no sabían cómo enfrentarse a los terribles trolls.
Entonces, Arcoíris tuvo una idea. Les propuso a sus amigos que se unieran a él para crear un escudo de luz que pudiera proteger al bosque. Los duendes y los elfos comenzaron a crear pequeñas lámparas de luz, los pájaros pusieron su canto para elevar la energía y los unicornios liberaron sus escamas plateadas. Y Arcoíris, con su gran corazón, envolvió todo el bosque en un halo de color, que los trolls no pudieron romper.
La lucha duró toda la noche, y en algunos momentos pareció que los trolls habían ganado. Pero poco a poco, el escudo de luz empezó a debilitarlos. Y cuando empezó a amanecer, los trolls huyeron despavoridos, incapaces de soportar la luz y el amor que había en ese bosque.
Desde entonces, el bosque de Arcoíris se convirtió en un lugar seguro y alegre para todas las criaturas del mundo. Y Arcoíris, el Dragón de corazón bondadoso, se convirtió en una leyenda, un ejemplo de que el amor y la amistad siempre pueden triunfar sobre el odio y la destrucción.