La Princesa y el Dragón de Fuego. Había una vez una hermosa princesa llamada Lucía que vivía en un castillo rodeado de hermosos jardines y un gran bosque. La princesa era amada por su pueblo debido a su generosidad y bondad. Un día, mientras paseaba por el bosque, escuchó un extraño rugido que venía de la ladera de una montaña cercana.
La princesa, curiosa por naturaleza, decidió investigar el extraño sonido. Se adentró en el bosque, y después de caminar un buen rato, llegó a la base de una montaña. Lucía empezó a subir la ladera, pero pronto se dio cuenta de que la subida era más difícil de lo que esperaba, y el rugido se hizo cada vez más fuerte y amenazador.
A medida que se acercaba a la cima, la princesa vio que la montaña estaba cubierta de un espeso y oscuro bosque, y que el rugido que escuchaba provenía de una cueva oscura en lo alto. Lucía sintió una gran sensación de temor y se detuvo a considerar si debía continuar o regresar al castillo. Pero en ese momento, escuchó un fuerte ruido desde la cueva, y decidió seguir adelante para descubrir qué estaba sucediendo.
La princesa llegó finalmente a la entrada de la cueva oscura, y allí encontró una gran bestia que parecía estar muy enojada. La criatura tenía una cabeza enorme con dientes afilados, enormes garras, y una cola larga y escamosa que se agitaba furiosamente. Pero, para sorpresa de Lucía, la bestia no parecía tener intención de atacar. En su lugar, la criatura se acercó y empezó a hablar con la princesa.
«Pareces perdida», dijo la criatura. «¿Necesitas ayuda para encontrar tu camino de vuelta al castillo?»
La princesa comenzó a hablar con la bestia, y pronto descubrió que se trataba de un dragón. Resultó ser un dragón amable y sabio, que vivía en la cueva y que había sentido curiosidad por la joven princesa a la que veía todos los días paseando por el bosque. Habían pasado muchas horas conversando juntos, y Lucía se sorprendió al ver al dragón como un nuevo amigo.
Después de un rato, la princesa se despidió de su nuevo amigo y regresó al castillo. Durante los siguientes días, regresó a la cueva y habló con el dragón cada vez que podía. Con el tiempo, Lucía se volvió más y más cercana a su amigo y se sintió muy triste cuando se dio cuenta de que el rey quería eliminar a todas las criaturas mágicas del reino, incluyendo a los dragones.
La princesa decidió que tenía que hacer algo para detener al rey y convencerlo de que los dragones eran criaturas amables y amistosas. Se dirigió al consejero del rey, un hombre sabio y respetado, y le explicó su situación. El consejero escuchó con atención y acordó ayudar a la princesa a hablar con el rey.
Cuando llegó el momento, la princesa presentó sus argumentos al rey, y el consejero los apoyó con sus opiniones. Después de una larga discusión, el rey finalmente estuvo de acuerdo en que los dragones eran criaturas mágicas y amigables que no debían ser perseguidas o eliminadas. Y de repente, vio al dragón de manera diferente. Lo vio como un ser inteligente y consciente, y decidió que Lucía tenía razón. Debería dejar vivir al dragón en paz.
La princesa estaba muy contenta de que el rey hubiera cambiado de opinión, y le agradeció al consejero por su ayuda. Pero sobre todo, se sintió muy agradecida por la ayuda del dragón. Gracias a su amistad con el dragón, había logrado hacerle cambiar la opinión al rey y detener la guerra contra todos los dragones.
Desde entonces, Lucía y el dragón se convirtieron en los mejores amigos, y se reunieron en la cueva de la montaña cada vez que podían. Juntos paseaban por el bosque, descubriendo nuevos animales y plantas, y hablando de todo lo que les gustaba. La princesa aprendió una lección importante de su amigo, y eso era no juzgar a los demás sin conocerlos. Su amistad también inspiró a muchos ciudadanos del reino a aceptar a las criaturas mágicas en lugar de temerlas.
Y así, la princesa Lucía y su amigo dragón vivieron felices para siempre, y la paz floreció en el reino.