La escoba mágica. Érase una vez una pequeña brujita llamada Miranda que vivía en una casa alta en lo alto de una montaña. Miranda era una joven brujita muy perspicaz y astuta, pero tenía un problema. Ella no tenía escoba mágica, y toda bruja y brujo sin escoba era como un soldado sin arma.
Un día, mientras se desplazaba por el bosque cercano a su casa, Miranda se tropezó con una escoba tirada entre los arbustos. Se acercó a ella para observarla más de cerca, y su cálido corazón se llenó de esperanza. Al levantar la escoba, se dio cuenta de que esta era una escoba mágica. Y no solo eso, era la más impresionante que había visto jamás, con un mango de nogal dorado y cerdas suaves de color oscuro, como si fueran plumas.
Miranda saltó de alegría con su nueva adquisición y regresó a su casa en la cumbre de la montaña. Una vez allí, buscó todos los hechizos que había aprendido y se dispuso a probar su nueva escoba en un vuelo mágico.
En pocos minutos, Miranda y su escoba mágica desaparecieron en el cielo. El viento les silbaba en los oídos mientras se desplazaban por las nubes, el sol les esparcía su cálido brillo, y la brisa rociaba las mejillas de la bruja con gotas de rocío. Miranda estaba tan emocionada que no podía evitar sonreír de oreja a oreja.
Pero al cabo de un rato, su sonrisa se convirtió en una mueca de horror. Algo estaba mal. Una brisa fría sopló sobre ella y un suave aullido resonó en el aire. Miranda se estremeció, la escoba temblaba y sacudía, y pronto ella perdió el control de su vuelo.
La brujita se aferró a las cerdas de la escoba tratando de recuperar el control, pero era demasiado tarde. La escoba mágica había desarrollado vida propia y la llevaba en una misteriosa dirección.
La brujita estaba tan asustada que quería gritar, pero estaba en mitad de la nada y no había nadie que pudiera oírla. Después de un tiempo, la escoba mágica descendió a tierra y aterrizó en una amplia pradera. Al bajarse de ella, la bruja se dio cuenta de que la pradera estaba cubierta de flores doradas, y al fondo había un gran bosque.
Miranda observó su alrededor, perpleja y asombrada al mismo tiempo. «¿Dónde estoy?» Se preguntó con asombro.
Mientras trataba de averiguar dónde se encontraba, la bruja se fijó en un pequeño letrero que había en el bosque cercano y decía «zona prohibida».
Miranda se sintió atraída hacia aquella zona y, sin pensárselo dos veces, tomó su escoba y se adentró en ella. Sin embargo, pronto descubriría que esa zona estaba prohibida por una buena razón.
Mientras caminaba por el bosque, Miranda se tropezó con unas piedrecillas y cayó al suelo. Solo cuando fue a incorporarse se dio cuenta de que estaba rodeada de una jauría de criaturas desconocidas.
Las criaturas de aspecto aterrador se acercaron a ella, sus ojos brillaban con un oscuro resplandor. Miranda se dio cuenta de que estaba en peligro y necesitaba encontrar una manera de escapar, pero ¿Cómo podría ella, una bruja sin magia, enfrentarse a tal amenaza?
De repente, Miranda tuvo una idea. Recordó una antigua leyenda que decía que las criaturas que temían la luz del sol, así que, sacó su varita y rápidamente la agarró con fuerza. Con un poderoso hechizo, Miranda causó que un haz de luz blanca irradiase de su varita.
El haz de luz aturdió temporalmente a las criaturas y Miranda aprovechó la oportunidad para huir de allí. A paso rápido, se alejó vigilando constantemente su espalda. Al final del camino, Miranda encontró un hermoso lago, y allí, sentada en una roca, encontró a una anciana sabia.
La anciana le habló de la historia de la zona prohibida y cómo fue creada para mantener alejados a los más peligrosos habitantes del bosque.
Miranda aprendió que incluso con la ayuda de una escoba mágica poderosa, siempre debemos ser cautelosos y estar en guardia ante los peligros que nos esperan. También aprendió el valor de una antigua sabiduría, esencial para salir con vida mientras recorría aquellos lugares increíblemente mágico e impredecible.
A lo largo de ese día, la bruja aprendió muchas cosas nuevas y emocionantes, y al caer la noche, sintiéndose agradecida por su escoba mágica, dirigió de vuelta hacia su hogar en la cima de la montaña, sintiéndose más segura y más sabia.
La pequeña bruja aprendió una valiosa lección. No importa lo poderoso que pueda parecer uno, siempre debemos ser cautelosos y conscientes de los peligros que nos rodean. Pero, también aprendió que una buena escoba mágica en el lado te puede llevar a lugares maravillosos e inimaginables aventuras.
Miranda nunca olvidaría su valioso encuentro y, aún más, la lección que le dejó ese sueño tan increíble que parecía de pura buena suerte, pero que en realidad, fueron los caminos de la sabiduría que la guiaron a los lugares más oscuros y misteriosos, siempre en busca de la mejor magia y el mejor poder para ser una bruja más efectiva y sabia.