La Hada de la Sonrisa

Tiempo de lectura: 6 minutos

La Hada de la Sonrisa
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La Hada de la Sonrisa. Érase una vez en un pequeño pueblo al pie de las montañas vivía un niño llamado Adán. Adán nunca había visto la verdadera felicidad, siempre estaba triste y solo. Su madre murió cuando era muy pequeño y su padre trabajaba todo el día en una fábrica del pueblo.

Adán no tenía amigos, su timidez lo alejaba de otros niños de su edad. Pasaba la mayor parte de su tiempo leyendo cuentos y soñando con aventuras. Pero todo cambió, un día mientras estaba en el parque leyendo un libro, escuchó una voz aguda y juguetona.

– ¡Hola! – dijo la voz.

Adán se levantó de inmediato, buscando de donde venía esa voz. Miró alrededor y detrás de unos arbustos encontró a una pequeña hada con alas doradas y vestida con un vestido rosa.

– ¡Hola! ¿Quién eres? – preguntó Adán, sorprendido.

La pequeña hada extendió su mano y se presentó: «¡Hola! Soy la Hada de la Sonrisa. ¡Encantada de conocerte!»

Adán la escuchó, sin creer lo que estaba viendo. Nunca había visto un hada antes, solo las había leído en sus cuentos.

El hada de la sonrisa se sentó en el pasto y le preguntó a Adán por qué estaba triste. Adán suspiró y comenzó a contarle su historia. La hada lo escuchó con mucha atención y cariño, y cuando Adán terminó su historia, el hada lo miró a los ojos y le dijo:

– Adán, hay una razón por la cual te he encontrado hoy. Tú necesitas mi ayuda para encontrar la felicidad que tanto anhelas.

– ¿Cómo lo harás? – preguntó Adán, curioso.

– Vamos a hacer un trato. Yo te daré una pequeña semilla que se convertirá en la flor más hermosa que jamás hayas visto. A cambio, deberás sonreír cada vez que mires la flor – dijo el hada.

Adán pensó un momento en el trato y decidió aceptarlo. La hada sacó de su bolsa una pequeña semilla y se la entregó a Adán. Juntos, plantaron la semilla en un pequeño jardín en el parque. La hada le explicó que la flor crecería poco a poco y que debería ser cuidada para que lo hiciera fuerte y hermosa.

Adán se comprometió a hacerlo y prometió sonreír cada vez que mirara la flor. Y así fue, día tras día, Adán regresaba al jardín para ver el avance de la flor y sonreír a ella.

Poco a poco, la flor creció, y fue una de las flores más hermosas que jamás había visto Adán. La flor se convirtió en su amiga y confesora, Adán le contaba sus alegrías y penas, y la flor siempre lo escuchaba.

Adán comenzó a caminar por el pueblo con una gran sonrisa, y pronto se hizo amigo de otros niños de su edad, que se acercaban a él para ver su hermosa sonrisa y conocer a su hermosa flor.

Los días pasaban y Adán se hizo cada vez más feliz, más seguro de sí mismo y más alegre. El hada de la sonrisa lo visitaba de vez en cuando para ver cómo estaba su pequeña flor y de paso hacerle un pequeño regalo, que llenaba de magia la vida de Adán.

Un día, después de muchos meses de haber hecho el trato, Adán llegó al parque y encontró el jardín vacío. La flor había desaparecido, y su pequeña confesora también.

Adán comenzó a buscar por todo el parque, sin encontrar ninguna pista. Al borde del llanto, dejó el lugar y se alejó caminando lentamente.

De camino a casa, Adán se detuvo en una tienda de flores, donde encontró una flor muy similar a la que había cuidado con tanto cariño. Decidió llevársela a casa y cuidarla de la misma manera que lo hizo con su primera flor.

Pero cuando llegó a casa, vio una sorpresa increíble. La Hada de la Sonrisa estaba de pie en la ventana, sonriendo.

– Hola Adán – dijo el hada – Me alegra ver que aún cuidas las flores con cariño y amor.

– ¡Hada!, ¿sabes qué? mi flor desapareció del jardín, pero no importa porque ahora tengo una flor igual de linda – dijo Adán, mostrando la flor que acababa de comprar.

– Adán, esa es la misma flor que cuidaste con tanto amor y que se convirtió en el símbolo de tu felicidad – dijo el hada, sonriendo.

Adán no podía creer lo que escuchaba. Pero el hada tenía razón. Era la misma flor que había crecido con su cuidado, ahora en toda su exuberancia.

Adán sonrió, sintiéndose más feliz que nunca. Sabía que su verdadera felicidad estaba dentro de sí mismo, y que gracias a esa pequeña flor había descubierto que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas de la vida.

Desde ese día, Adán nunca perdió la sonrisa, y la flor que cuidaba con tanta dedicación siempre florecía en lo más profundo de su ser y en su jardín.

La Hada de la Sonrisa se aseguró de que nunca volviera a perder la felicidad y le prometió siempre estar cerca de él, aunque él nunca la vea. Siempre le envía pequeños obsequios que llenan de magia su vida.

Adán se convirtió en el niño más feliz del pueblo, gracias al hada y a su hermosa flor. Sabía que tenía muchas razones para sonreír y ser feliz, y que con su sonrisa podía alegrar el corazón de los que lo rodeaban.

Desde entonces, el hada y Adán se convirtieron en grandes amigos. El hada nunca lo dejó solo y siempre lo guió hacia la verdadera felicidad. Y en cada conversación, Adán le confesaba que sabía que la felicidad estaba en la sonrisa, y que ese es el mayor regalo que podía recibir de su amiga el hada.

Y así, Adán aprendió que la felicidad no se encuentra en las posesiones materiales, sino en la sonrisa del corazón. Y que esa sonrisa, puede alegrar el corazón de quien la recibe.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La Hada de la Sonrisa
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