El Dragón y el Hada de las Estaciones

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El Dragón y el Hada de las Estaciones
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El Dragón y el Hada de las Estaciones. Había una vez un dragón llamado Fuego, cuyo hogar era una cueva llena de tesoros. Él había sido elegido como el guardián de aquel lugar, y se encargaba de proteger todo lo que allí se encontraba. Pasaba sus días recorriendo la cueva, vigilando cada rincón, asegurándose de que ningún ladrón lograra entrar y robar los tesoros que allí se encontraban.

Fuego había vivido allí durante muchos años, y se había encariñado de aquel lugar. La cueva había sido su hogar durante tanto tiempo, que a veces olvidaba que había un mundo allá afuera. Pero había algo que lo hacía sentir triste, aunque no sabía exactamente qué era.

Una tarde, mientras descansaba cerca de un montón de oro, Fuego vio a un búho posado en una de las rocas. El búho era un visitante frecuente de la cueva, y Fuego se preguntó qué lo había traído allí en esa ocasión.

– Hola, búho -le saludó Fuego-. ¿Estás aquí para robar algún tesoro?

– No, no. Solo he venido a conversar contigo -respondió el búho con un tono amistoso-. Te veo muy concentrado en tu tarea de proteger la cueva de los ladrones.

Fuego asintió, un poco incómodo por la dirección que estaba tomando la conversación. Pero estaba dispuesto a escuchar lo que el búho tenía que decir.

– No puedo evitar notar que te falta algo -dijo el búho-. Sé que estás feliz aquí, pero algo te está faltando.

Fuego sintió un nudo en su garganta. Tenía la impresión de que el búho estaba en lo cierto, pero no sabía cómo expresar lo que sentía.

– No lo sé -admitió Fuego-. Siento que tengo todo lo que necesito aquí, pero a veces me pregunto si hay algo más allá de la cueva.

– ¡Exactamente! -exclamó el búho-. Creo que necesitas explorar el mundo, conocer nuevas criaturas, ver cosas que nunca has visto antes.

Fuego reflexionó sobre las palabras del búho. Jamás se había planteado abandonar la cueva, pero de pronto la idea lo fascinaba.

– ¿Tú crees que me iría bien fuera de la cueva? -preguntó Fuego, algo inseguro.

– ¡Por supuesto que sí! -aseguró el búho-. Eres fuerte y valiente, y sé que te iría bien en cualquier aventura que te propusieras.

Fuego sonrió, animado por las palabras del búho. Comenzó a fantasear con la idea de explorar otras cuevas, otros mundos, y se sintió lleno de energía.

– Gracias, búho -dijo Fuego finalmente-. Creo que necesitaba escuchar eso. Voy a pensar en ello.

El búho asintió, satisfecho, y se alejó en busca de otros aventureros. Fuego permaneció allí, meditando sobre las palabras del búho. ¿Dejaría la cueva? ¿Qué aventuras le aguardaban más allá de su hogar?

La idea no lo dejó en paz en los días siguientes. Fuego comenzó a sentir una inquietud que no podía explicar, una sensación que lo empujaba a dejar atrás la cueva y explorar el mundo. Comenzó a prepararse para ese día, a entrenarse para enfrentar los peligros que pudieran acecharlo en su camino.

Y el día llegó, inevitablemente. Una mañana, Fuego despertó sabiendo que tenía que partir. Se despidió de la cueva, agradeciéndole por todos los años que le había brindado un hogar seguro, y echó a volar por el mundo.

Durante meses, Fuego recorrió valles y montañas, ríos y lagos. Conoció a otras criaturas, algunas amistosas y otras no tanto, pero siempre se mantuvo valiente y fiel a sí mismo. Cada día que pasaba, Fuego se enriquecía con las experiencias que vivía, aprendiendo cosas nuevas y creciendo como dragón.

Sin embargo, nunca olvidó su hogar en la cueva. De hecho, cada vez que recordaba los tesoros que allí se encontraban, sentía un cosquilleo en el estómago que le recordaba aquella sensación de inquietud. Sabía que algún día volvería, pero también sabía que ese día sería diferente. Había cambiado, y la cueva también lo habría hecho.

Y así fue. El día que Fuego regresó a la cueva, encontró un lugar distinto al que había dejado. Había nuevos tesoros, nuevas trampas, nuevas criaturas que habían intentado tomar el control de aquel lugar. Fuego sonrió, satisfecho con lo que había vivido fuera de la cueva, pero sabiendo que su hogar siempre estaría allí, esperando por él.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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