La princesa y el reino de la luna llena. Érase una vez en un lejano reino, el reino de la luna llena, donde el cielo estaba siempre despejado y las estrellas brillaban más que en cualquier otro lugar del mundo. En este reino maravilloso vivía una princesa muy especial, su nombre era Luna, y sus padres, el Rey y la Reina de la luna llena, la adoraban y cuidaban con todo su amor.
Luna era una princesa muy curiosa, a la que le gustaba explorar los rincones más recónditos del reino, y sobre todo, le encantaba contemplar la luna llena. Cada noche, se asomaba a la ventana de su habitación y se quedaba mirando el cielo durante horas, hasta que caía dormida.
Un día, mientras la princesa Luna deambulaba por el bosque, se encontró con un pequeño ser, brillante, con aspecto de hada, flotando en el aire. La princesa se acercó a ver qué era, y el ser le dijo: «Hola, soy Brillo, el hada de la luna llena. ¿Quieres ser mi amiga?».
Luna se sorprendió mucho al encontrarse con un ser tan mágico, pero no dudó en hacerse amiga de ella. Brillo le contó que era la encargada de cuidar la luna llena, y que su misión era hacer que siempre estuviese radiante y brillante en el cielo. Luna se quedó fascinada con la historia, y le pidió que le mostrara cómo lo hacía.
Brillo no dudó en mostrarle a Luna todos sus trucos y enseñarle su magia. El hada le explicó que cada noche tomaba una varita mágica, la sumergía en la luz de la luna, y con ella se aseguraba de que la luna estuviera siempre resplandeciente. Luna se entusiasmó tanto con la historia, que le preguntó si ella también podía tener una varita mágica. Brillo le dijo que sí, pero que para conseguir una debía demostrar que era valiente y capaz de superar ciertas pruebas.
Luna no se amilanó ante el desafío, y aceptó las pruebas sin dudarlo ni un momento. La primera prueba consistía en atravesar un oscuro y tenebroso bosque sin tener miedo. Luna se adentró en el bosque y, aunque tenía mucho miedo, siguió adelante hasta llegar al final del camino.
La segunda prueba consistía en escalar una montaña muy alta, que parecía tocaba las nubes. Luna, con mucho esfuerzo, subió hasta la cima sin caerse. La tercera y última prueba era la más difícil de todas: tenía que demostrar su valor enfrentándose al dragón del reino.
El dragón del reino era feroz y peligroso, pero Luna se presentó ante él sin temor alguno. El dragón rugió enfurecido, pero cuando vio el coraje de la princesa, se calmó. Luna se acercó al dragón y le preguntó qué le pasaba. Éste le explicó que se sentía muy solo y triste porque todos los habitantes del reino le temían y huían de él.
Luna, conmovida por la tristeza del dragón, decidió hacer algo para ayudarlo. Recordó que había aprendido de Brillo a sumergir una varita mágica en la luz de la luna, y con ella decidió modificar el fuego que salía de la boca del dragón, transformándolo en una cálida llama que diera luz y calor a las casas del reino.
El dragón quedó fascinado por la magia de Luna, y desde entonces, se convirtió en el protector del reino. La princesa Luna había demostrado ser muy valiente y astuta, así que Brillo no tuvo más remedio que entregarle su varita mágica.
Desde entonces, Luna se convirtió en la protectora de la luna llena del reino, y cada noche, en su ventana, cuidaba de ella para que brillara con todo su esplendor. Y así, la princesa Luna y el hada Brillo se convirtieron en las mejores amigas del reino, y los habitantes de la luna llena vivieron felices dejándose iluminar por la radiante luna llena.