La casa del reloj misterioso. Érase una vez una pequeña aldea donde habitaba el señor del tiempo. Era un hombre muy peculiar, con un reloj antiguo en la mano y una larga barba blanca que llegaba hasta su ombligo. La gente del pueblo siempre se preguntaba para qué servía ese reloj y por qué el señor del tiempo lo llevaba consigo a todas partes.
Un día, un grupo de niños curiosos decidió averiguarlo y se acercaron al señor del tiempo para preguntarle. Este sonrió y les dijo: «Este reloj es mágico. Controla el tiempo y me permite moverme libremente por el mundo». Los niños quedaron anonadados y preguntaron si podían ver su casa, donde guardaba el reloj misterioso.
El señor del tiempo aceptó y los llevó a su casa, un lugar muy extraño donde las manecillas de los relojes se movían más rápido o más lento de lo normal. Los niños se asombraron al ver tantos relojes en un solo lugar y preguntaron por qué había tantos. El señor del tiempo les explicó que cada reloj tenía su propia función, algunos se utilizaban para adelantar o atrasar el tiempo, mientras que otros servían para detenerlo por completo.
En un rincón de la habitación, había un reloj muy antiguo y cubierto de polvo. Los niños preguntaron cuál era su función y el señor del tiempo respondió con una sonrisa enigmática: «Ese es el reloj misterioso. Nadie sabe lo que hace, pero dicen que si lo encuentras y descubres su secreto, se te concederá un deseo».
Los niños se emocionaron mucho al escuchar esto y decidieron encontrar el secreto del reloj misterioso. El señor del tiempo los advirtió de que no sería fácil, pero los niños estaban decididos.
Así que, armados con su valentía y su curiosidad, los niños emprendieron una búsqueda por toda la aldea. Pasaron por el bosque, por el río, por la montaña, pero no encontraron nada. Comenzaron a sentirse desanimados, pero no querían rendirse.
De repente, una niña llamada Ana notó algo extraño en la casa del reloj misterioso. Una sombra que se movía detrás de las cortinas. Los niños se acercaron sigilosamente y espiaron por la ventana. Allí, vieron a un extraño personaje con traje y sombrero, revisando el reloj misterioso con ánimo de robarlo.
Los niños se miraron unos a otros y decidieron que tenían que hacer algo para evitar que ese hombre se llevara el reloj misterioso, así que elaboraron un plan.
Uno de los niños se acercó sigilosamente al hombre y le dijo que eran los cuidadores de la casa del reloj misterioso y que él no tenía derecho de estar allí. Mientras tanto, los demás niños se ocultaban detrás de las cortinas, lista para saltar al ataque si era necesario.
El hombre se sorprendió al ver a los niños allí, pero no les prestó demasiada atención. Fue entonces cuando otro niño apareció, disfrazado de fantasma, y comenzó a gritar y a llamar su atención. El hombre se asustó tanto que dejó caer el reloj misterioso y salió corriendo.
Los niños estaban incrédulos, mirando el reloj misterioso en el suelo y preguntándose cómo empezarían a investigar su secreto. La niña Ana se acercó al reloj y lo tomó en sus manos. De repente, una luz brilló y el reloj comenzó a vibrar.
Los niños se miraron entre sí, asombrados por lo que estaba sucediendo. Fue entonces cuando el señor del tiempo apareció detrás de ellos y les preguntó qué había sucedido. Los niños le explicaron todo y el señor del tiempo se acercó al reloj misterioso.
Tomó el reloj en sus manos y lo movió suavemente. Entonces, una puerta secreta se abrió detrás de él y los niños vieron una luz brillante. El señor del tiempo sonrió y les dijo: «Este es el secreto del reloj misterioso. No es un objeto para ser robado ni esconderse. Es un objeto para proteger el tiempo y la magia que vive dentro de él. Pasen y descubran el gran secreto».
Los niños se adentraron en la puerta secreta, emocionados por lo que pudieran encontrar. Allí, encontraron un jardín mágico lleno de flores y un cielo nocturno lleno de estrellas. En el centro del jardín había una fuente de la que emanaba un brillante resplandor.
A medida que se acercaban, una figura comenzó a formarse en el resplandor. Era un enorme dragón, rodeado por pequeñas luces que formaban un constelación en el cielo. El dragón les habló con una voz suave y les dijo que ese lugar era un regalo de los dioses del tiempo, un lugar donde la magia nunca muere.
Los niños se emocionaron y comenzaron a correr por el jardín, explorando cada rincón. Hasta que uno de ellos, la niña Ana, dio con una pequeña cajita dorada que brillaba con fuerza.
La abrió y de su interior salió una mariposa multicolor. Todos los niños se sorprendieron al verla y, de repente, la mariposa comenzó a hablar. «Este es mi regalo para ti, niña Ana. Eres la más valiente de todos y mereces tener un deseo concedido».
La niña Ana sonrió y cerró los ojos. Pensó en todas las cosas que podría desear, pero luego recordó la belleza del lugar donde estaban y lo feliz que se sentía allí. Abrió los ojos y miró a la mariposa diciendo: -Mi deseo es que este jardín de la magia nunca muera y que todos los niños que lo visiten se sientan a salvo y felices.
La mariposa multicolor sonrió y al instante una luz surgió de sus alas, envolviéndolo todo. Cuando desapareció, los niños descubrieron que estaban en otro lugar, en un jardín totalmente nuevo. Mientras pasaban la tarde en ese lugar, entre risas y juegos, se daban cuenta de cuanto habían crecido, ya no estaban cruzando su aldea si no, todo habían cambiado.
Mientras veían el cielo lleno de estrellas, Ana les dijo que el jardín de la magia seguiría siempre allí, aunque nadie pudiera verlo. Porque los niños siempre conservarían ese recuerdo y su espíritu de aventura siempre seguiría vivo, siendo parte de ese lugar mágico lleno de sensaciones únicas que solo se pueden recordar.
Y así, la aventura llegó a su fin, pero los pequeños amigos que la vivieron lograron crear un nuevo mundo que perpetuaba el amor y la amistad. Desde esa noche, la casa del reloj misterioso se convirtió en uno de los lugares más queridos de la aldea y todos los niños quisieron visitarla, porque sabían que allí, en ese jardín de la magia, vivió la historia más maravillosa que cambiaría sus vidas.