La casa del demonio del espejo

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La casa del demonio del espejo
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La casa del demonio del espejo. Érase una vez una casa en la que nadie quería vivir. Estaba siempre vacía, aunque se encontraba en el centro del pueblo, con unas vistas envidiables y un jardín bien cuidado. Los vecinos decían que la casa estaba embrujada, que en ella vivía un demonio que habitaba en el espejo que había en el recibidor.

Los más pequeños del pueblo, curiosos como eran, se acercaban a la casa y se asomaban a la ventana para ver si conseguían ver al demonio del que tanto hablaban. Pero siempre se iban con las mismas ganas con las que llegaban.

Una mañana, un niño llamado Juan decidió que era hora de investigar. Se levantó temprano, cogió su mochila y se dirigió hacia la casa del demonio del espejo. En su interior, encontró una casa vacía pero no se asustó como habría hecho cualquier otro niño de su edad. Juan estaba decidido a encontrar al demonio.

Así que comenzó su búsqueda. Registró cada rincón de la casa, abrió armarios y miró por debajo de las camas. Pero no encontró nada. Hasta que llegó al recibidor. Y allí estaba él: un espejo negro, grande y amenazador.

Juan se acercó al espejo. Se asomó y vio su reflejo, pero también vio algo extraño. El paisaje que se reflejaba era diferente al que había visto desde fuera de la casa, en realidad parecía que estaba en otra dimensión. De repente, el espejo comenzó a temblar y Juan se paralizó. Hasta que escuchó una voz que le dijo:

– Hola, ¿qué haces aquí?

– Busco al demonio del espejo – respondió Juan con valentía.

– ¿El demonio del espejo? No te preocupes, no existe tal cosa. Solo soy yo – dijo la voz.

Así que Juan se presentó al demonio del espejo. Era un ser amable y simpático que había vivido en la casa por mucho tiempo, solo y sin compañía. Juan se dio cuenta que, en realidad, no era un demonio. Era un espejo mágico.

El espejo le explicó a Juan que su casa estaba vacía porque la gente se dejaba llevar por las voces del pueblo y no se atrevía a entrar en ella. Y entonces, a Juan se le ocurrió una idea.

– Sé cómo podemos hacer que la gente quiera vivir en la casa. Podemos utilizar tu espejo mágico y enseñarles las vistas que hay desde la casa. Verán lo maravillosa que es y se darán cuenta de que no hay ningún demonio – dijo Juan emocionado.

Y así lo hicieron. Juan y el espejo mágico se acercaban a los viandantes y, utilizando el espejo, les enseñaban lo que veían desde la casa. La gente se quedaba maravillada y pronto se corrió la voz de que la casa ya no estaba vacía. El pueblo se llenó de curiosos que querían ver la casa del demonio del espejo.

Pero lo que nadie podía ver era la magia que había detrás de todo aquello. La amistad que había surgido entre Juan y el espejo mágico y el valor y la astucia del niño para enfrentarse a la leyenda del demonio del espejo.

Un día, un matrimonio llegó desde la ciudad y se enamoró de la casa. Subieron las escaleras del recibidor, se pararon delante del espejo mágico, pero no encontraron ningún demonio. Y gracias a Juan, pudieron disfrutar de las vistas tan espectaculares que había desde la casa. Se enamoraron al instante y la compraron.

A partir de ese día, la casa del demonio del espejo ya no estuvo vacía. El matrimonio la arregló y vivió en ella por muchos años. Y los vecinos del pueblo se dieron cuenta de que la leyenda del demonio del espejo no era más que eso, una leyenda. Y que en la casa del demonio del espejo vivía la magia del espejo mágico y la gran amistad de un niño valiente.

Y así, gracias a Juan y al espejo mágico, la leyenda del demonio del espejo dejó de existir y la casa volvió a brillar con luz propia. Como si la magia del espejo hubiera conquistado a todos los que la habían temido durante tanto tiempo.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La casa del demonio del espejo
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