La casa del laberinto de la destrucción. Érase una vez una casa muy peculiar que se ubicaba en lo más profundo del bosque. Su nombre era la Casa del Laberinto de la Destrucción, y su leyenda la hacía parecer un lugar aterrador y peligroso.
La gente del pueblo contaba que los antiguos dueños de la casa, una familia de hechiceros, construyeron en secreto el laberinto dentro de su hogar para mantener alejados a los visitantes no deseados.
Sin embargo, una tarde de otoño, tres niños aventureros decidieron explorar la Casa del Laberinto de la Destrucción. Era medianoche cuando se adentraron en el bosque, armados solo de una linterna y su valentía adolescente.
Al llegar a la casa, notaron que las puertas estaban abiertas esperándolos, y aunque la leyenda les advertía no entrar, su curiosidad pudo más que el miedo.
Una vez dentro, lo único que pudieron ver fue una pared con un mensaje en letras doradas que decía: «Para salir deberán encontrar la llave de la puerta final, el tiempo corre en su contra, tienen un minuto completo para cruzar el laberinto mortal».
Los niños no podían creer lo que leían, y sus corazones se aceleraron al pensar en la posibilidad de no salir de la Casa del Laberinto de la Destrucción nunca más.
Decididos a encontrar la llave, los niños ingresaron al laberinto, el cual estaba lleno de trampas y obstáculos imposibles de sorteas. Había pasillos que cambian de dirección y que resultaban en callejones sin salida, otros que los transportaban a un nivel inferior y los dejaban en espacios oscuros e inquietantes.
En este laberinto mortal, los niños se encontraron con criaturas extrañas, animales míticos que solo existen en las historias de fantasía y horror. Uno de ellos era un dragón de fuego que impedía el paso por un corredor, mientras que otro era un espectro desfigurado que aparecía y desaparecía en las esquinas del laberinto.
El tiempo corría en su contra y la ansiedad los envolvía por completo. Encontraban pistas en la pared, mensajes escritos en lápiz que indicaban dónde ir o lo que podría venir en el camino. Los niños luchaban contra su interminable ansiedad y se encomendaban los unos a los otros para poder salir con vida.
Pero, de repente, una puerta apareció ante ellos, y al abrirla, descubrieron un fabuloso jardín lleno de mariposas y pájaros cantando. En medio de la belleza del jardín, se encontraba la llave que necesitaban para liberarse del laberinto mortal.
Los niños la tomaron, corrieron hacia la puerta final, la cual comenzó a abrirse. Los segundos pasaban, y era un hecho que el tiempo se había acabado. Pero, para suerte, lograron salir antes de que se cerrara.
Una vez fuera, los niños respiraron profundo, aún atónitos por lo que acababan de vivir. Miraron hacia atrás para ver que la Casa del Laberinto de la Destrucción ya no estaba. Se había desvanecido como por arte de magia.
Después de esta increíble aventura, los niños se juraron a sí mismos nunca más volver a la Casa del Laberinto de la Destrucción. Pero, de alguna manera, sabían que siempre recordarían esta experiencia, y que nunca olvidarían lo que aprendieron: la valentía, la perseverancia y el trabajo en equipo les permitió sortear los obstáculos más complejos que jamás hubieran imaginado. Y por eso, desde entonces, se convirtieron en los más grandes amigos, y le enseñaron a muchos otros niños del pueblo, la importancia de enfrentar los miedos y avanzar siempre, aún en las situaciones más oscuras.