El León Solitario. Érase una vez en la selva africana, en un lugar llamado La Sabana, vivía un león muy especial. Era un león solitario que prefería estar alejado de los demás animales. No es que fuera malo, simplemente era muy tímido y no se sentía cómodo en grandes grupos.
El León Solitario pasaba sus días cazando, durmiendo y viendo el atardecer desde una roca alta. Muchos animales de la selva le admiraban por su imponente melena y su fuerza, pero al mismo tiempo le temían por su fama de solitario.
Un día, mientras El León Solitario dormía plácidamente bajo un árbol, un pequeño zorro se acercó a él con mucho respeto y temor.
– ¡Oh, majestuoso León Solitario! He venido a verte para pedirte un gran favor -le dijo el zorro con la voz temblorosa de miedo-.
– ¿Un favor? ¿Qué favor puedes pedirme tú, pequeño zorro? -preguntó el león con desgana, sin abrir los ojos-.
– Pues verás -dijo el zorro con suavidad- resulta que en mi guarida hay una gran plaga de ratones y no sé cómo deshacerme de ellos. He pensado que tú, con tu afilado instinto cazador, podrías ayudarme.
El León Solitario abrió los ojos y miró al zorro con ternura. A pesar de su timidez, no podía resistirse a la mirada suplicante del pequeño animal.
– Muy bien, pequeño -dijo el león con serenidad- iré a tu guarida y acabaré con esos ratones para que puedas vivir tranquilo.
El zorro saltó de alegría y agradeció al león de todo corazón su ayuda. El resto de los animales de la selva no podían creer lo que estaban viendo. ¿El León Solitario colaborando con un animal tan pequeño y débil?
Pero a partir de entonces, El León Solitario empezó a ganar popularidad entre los animales de La Sabana. Ya no se sentía tan solo y empezó a relacionarse con el resto de los animales. Descubrió que, a pesar de su timidez, podía ser un gran aliado para quienes necesitaban su ayuda.
Una tarde, cuando El León Solitario estaba explorando una parte la selva que aún no conocía, escuchó unos gritos de socorro. Corrió hasta el lugar de donde procedían los gritos y vio a un grupo de cebras acorraladas por un enorme cocodrilo.
El León Solitario no lo pensó dos veces y se abalanzó sobre el cocodrilo con toda su fuerza. Después de una larga lucha, logró vencer al reptil y salvar a las cebras.
A partir de entonces, todos los animales de la selva le respetaron y le admiraron aún más. Ya no lo veían como un león solitario, sino como un gran amigo que siempre estaba allí para ayudarles.
El León Solitario se convirtió en el protector de la selva y en el amigo de todos los animales que la habitaban. Y aunque seguía siendo tan tímido como siempre, se sentía feliz y orgulloso de haber encontrado su lugar en el mundo.
Aprendió que, aunque la timidez es parte de su personalidad, no debía dejar que esto lo aislara de quienes lo rodeaban. Descubrió que había muchas maneras de relacionarse con los demás sin tener que cambiar su esencia.
Y así, el León Solitario se convirtió en el rey de La Sabana, no por su fuerza o su melena imponente, sino por su grandeza de corazón y su capacidad para ayudar a los demás.