El caballo de las estrellas fugaces. Había una vez un caballo mágico llamado Estrella, él era el único capaz de atrapar las estrellas fugaces del cielo.
Cuenta la leyenda que cuando Estrella salía al campo y galopaba bajo las estrellas, éstas se detenían en el cielo y se acercaban hasta donde estaba el caballo para que él las atrapara. Estrella las guardaba en su pelaje, y cuando regresaba a su hogar, dejaba caer una estrella fugaz en cada lugar que pisaba. Con su don, Estrella hacía que el cielo estuviera lleno de estrellas.
Los niños del pueblo querían ver al caballo mágico de las estrellas fugaces, porque contaban sus padres y abuelos que, si lo veían correr, este les concedería tres deseos. Pero nadie lo vio durante muchos años, y Estrella se convirtió en una leyenda más.
Hasta que un día, un niño llamado Daniel, decidió buscar al caballo de las estrellas fugaces. Él se había enterado de la leyenda de su abuelo, que alguna vez lo había visto correr por las llanuras. Así que decidió poner en práctica un plan para encontrar al caballo mágico.
Daniel sabía que la tarea no sería fácil, pero estaba decidido, así que salió un día temprano de su casa y se dirigió al campo. Él caminó varias horas hasta encontrar un viejo árbol que parecía estar muerto. Entonces, al pensar que su aventura no serviría para nada, se desanimó.
Fue entonces cuando escuchó el sonido de los cascos de un caballo acercándose. Al principio, pensó que solo era su imaginación, pero, cuando voltea a mirar, descubre que el caballo mágico está justo frente a él.
El caballo lo miró fijamente a los ojos y súbitamente, una suave luz lo rodea. Después de un momento, Daniel se dio cuenta de que el caballo era amigable, porque en su mirada encontró compasión y amor.
Le sonrió y con una voz temblorosa le habló: -Quiero pedirte un favor muy grande, por favor. Si es posible, puedo montarte y cabalgar por un rato?
Estrella relinchó y le hizo un gesto como dándole la bienvenida a una aventura que lo llevaría más allá de sus rutinas.
Tras poner sus manos en su cadera y empuñar sus músculos, comenzaron a galopar juntos, mientras Daniel se aferraba a la crin del caballo. En ese preciso momento, Estrella buscó un camino hacia el cielo, elevándose entre las estrellas brillantes.
Desde la cima, el niño miró admirablemente las luces brillantes que se extendían por toda la Tierra y también notó cómo las estrellas se detenían a su alrededor, como una mágica fortuna que lo estaba acompañando.
Cuando sus tres deseos fueron pedidos, Daniel despertó de repente, rodeado de una niebla espesa, tal como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, al tocar su cinturón, descubre que una de las estrellas fugaces había quedado atrapada en una de sus esquinas. Era el gran recuerdo que guardaría de ese día mágico.
Desde esa tarde, cada vez que Daniel llevaba consigo la estrella fugaz, sucedían cosas maravillosas. Emitía un brillo especial que lo iluminaba en las sombras, y gracias a su destello, podía contar historias que asombraban a todos y llenaban sus corazones con esperanza.
Y así, por generaciones, la estrella fugaz de Daniel fue pasando, de mano en mano, compartiendo su luz a lo largo de los años y recordándonos que, aunque algunas leyendas sólo sean eso, la magia existe y está en todas partes, sólo basta con buscarla con el corazón.