El caballo que corría sobre las olas. Había una vez un caballo llamado Ondulante. Era el más rápido de todos los caballos que vivían en el campo, pero siempre soñaba con algo más emocionante. Un día, mientras descansaba en la pradera, vio el océano por primera vez. Quedó asombrado por la vastedad del agua y las olas que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Desde ese día, Ondulante se obsesionó con el mar y deseó conocerlo de cerca.
Un día, cuando el sol empezaba a despertar, Ondulante decidió escuchar su corazón y correr hacia el océano. A medida que se acercaba a la playa, el sonido del agua se hacía más fuerte. Las olas se levantaban altas delante de él, y aunque la mayoría de los caballos habrían dado media vuelta, Ondulante no tenía miedo.
De repente, tomó impulso y saltó, superando una ola colosal. Al principio, se hundió en el agua, pero su instinto lo ayudó a mantenerse a flote. Empezó a nadar, impulsado por la emoción y la adrenalina. Descubrió que podía moverse en el agua como nunca lo había hecho antes: nadaba con poder y gracia.
Pero luego Ondulante notó algo extraño. Sus patas traseras se separaron, convirtiéndose en una gran cola. Sorprendido y asustado, se dio cuenta rápidamente de lo que significaba. Él no era un caballo común y corriente. Era un caballo marino, un rey del océano.
Ondulante no tenía idea de cómo controlar su nueva cola, pero su instinto lo guiaba. Nadó hacia las olas, dejándose llevar por la corriente y el viento. Con cada movimiento, se volvía más seguro de sí mismo, ya que su nuevo cuerpo le proporcionaba una energía sin igual. Pronto se encontró surcando las crestas de las olas, abandonándose al flujo y reflujo del agua.
Pasaron los días y las semanas, pero Ondulante no se ponía cansado. Podía navegar por los océanos sin descanso, surcando los mares sin encontrar ningún límite. Su cuerpo era fuerte y ágil; su mente, astuta y alerta. No había nada que pudiera ponerlo en peligro.
Sin embargo, un día se encontró con un grupo de tiburones hambrientos. No estaban acostumbrados a ver a un caballo marino tan valiente y poderoso, y se dispusieron a atraparlo. Ondulante luchó con todas sus fuerzas, dándoles una buena batalla antes de escapar.
Después de esa experiencia, Ondulante decidió ser más precavido. Comenzó a timonear su camino cuidadosamente, prestando atención a todos sus sentidos y midiendo el terreno antes de aventurarse. Se hizo más astuto y cauteloso, y con el tiempo, se convirtió en un verdadero maestro del océano.
Un día, mientras navegaba por el vasto mar, Ondulante notó que una tormenta se avecinaba. El cielo se oscureció, y los rayos empezaron a caer a su alrededor. Sabía que tenía que encontrar un refugio seguro antes de que fuera demasiado tarde. De repente, vio una pequeña isla en la distancia y decidió correr hacia ella.
No fue fácil llegar: las olas se estrellaban contra las rocas y las corrientes eran peligrosas. Pero Ondulante siguió adelante, confiando en su instinto y su habilidad. Finalmente, consiguió llegar a salvo a la isla. Se sintió agradecido y aliviado, pero también orgulloso de su valentía.
Después de la tormenta, Ondulante decidió explorar la isla. Caminó por la playa, mirando las conchas y los corales que habían sido arrastrados por el mar. Descubrió una pequeña cueva en la orilla y decidió investigar. Lo que encontró allí lo sorprendió.
Era una estatua tallada en piedra, una representación de un caballo marino. Ondulante se acercó cautelosamente y examinó la escultura. Era hermosa y detallada, con las patas traseras convertidas en una cola y el cabello ondeando en el viento. Ondulante se sintió emocionado y orgulloso al mirarla, porque se parecía exactamente a él.
Desde ese día, Ondulante supo que había encontrado su verdadero hogar en el océano. Había aprendido a aceptar su naturaleza y a confiar en sus habilidades. Y estaba feliz de ser el caballo que corría sobre las olas, en busca de nuevas aventuras y siempre dispuesto a hacer lo imposible.