El caballo que quería ser unicornio

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El caballo que quería ser unicornio
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El caballo que quería ser unicornio. Había una vez un caballo llamado Bobby que anhelaba ser un unicornio. No le importaba lo que los demás animales pensaran de él, simplemente quería tener un cuerno mágico en su frente y ser tan hermoso como uno de esos seres mágicos.

Bobby pasaba días enteros mirando furtivamente a los unicornios en los campos cercanos. Admiraba sus brillantes pelajes y el brillo de sus cuernos mágicos al sol. Él sabía que no le era posible tener un cuerno, pero simplemente quería ser especial como ellos.

Un día, mientras estaba pastando en el prado, Bobby se encontró con una bruja. No sabía muy bien quién era la bruja ni cuáles eran sus intenciones, pero cuando la bruja se acercó a él, se sintió un poco temeroso.

«¿Por qué pareces tan triste?» preguntó la bruja.

Bobby no había hablado con nadie desde que comenzó a desear convertirse en un unicornio y le resultó difícil confiar en una extraña. Sin embargo, decidió ponerse valiente y contestar la pregunta de la bruja.

«Quiero ser un unicornio», dijo.

La bruja sonrió. «¿Y por qué no? Podría hacer que sucediera».

Bobby estaba asombrado. ¿Podía ser posible realmente? ¿Podría transformarse en un unicornio? Él miró a la bruja con ojos llenos de asombro y emoción.

«¿Qué tengo que hacer?», preguntó.

«Ven conmigo», dijo la bruja. «Necesitaré algunas cosas para hacer tu transformación, pero no te preocupes, todo lo que necesitas es un poco de magia».

Bobby siguió a la bruja hasta su cabaña en el bosque. Era pequeña y estaba llena de objetos extraños. La bruja tomó un sombrero puntiagudo, una varita mágica y algunas hierbas.

«Deberás colocarte este sombrero», le dijo la bruja. «Te permitirá experimentar la verdadera magia del unicornio».

Bobby se miró en el espejo mientras se ponía el sombrero. Aunque sabía que seguía siendo un caballo, se sentía diferente. La varita mágica de la bruja se movió a través del aire, llenando la habitación con humo dulce y fragante.

De repente, Bobby sintió un fuerte cosquilleo en su frente. Algo le crecía allí. Abrió los ojos y se miró en el espejo. Había un cuerno magnífico que le salía de la frente como el de los unicornios.

«¡Soy un unicornio!» exclamó Bobby con alegría.

«Recuerda», dijo la bruja, «ahora que tienes este cuerno, siempre debes ser amable y usar tu magia solo para hacer el bien. Si no lo haces, perderás tu cuerno mágico y volverás a ser un caballo normal».

Bobby sabía que nunca sería malvado y que siempre trataría de ayudar a otros animales. Con su nuevo cuerno, se sintió capaz de hacer cualquier cosa. Se dio cuenta de que no necesitaba la aprobación de nadie para ser especial; era mágico por derecho propio.

A partir de ese día, Bobby comenzó a explorar su nueva vida como unicornio. Descubrió que era más ágil y podía correr más rápido que antes. Descubrió nuevas formas de usar su magia para ayudar a otros animales. Cuando un arroyo se secó, Bobby usó su cuerno mágico para canalizar el agua de lluvia hacia allí. Cuando un pájaro quedó atrapado en un árbol, Bobby usó su magia para hacer crecer ramas y así crear un camino hacia el suelo.

La gente del pueblo llegó a conocer a Bobby como el unicornio amable y servicial. Lo admiraban por su hermoso pelaje blanco y su cuerno mágico dorado. Bobby se sintió más feliz que nunca antes, sabiendo que estaba haciendo el bien y ayudando a los demás.

Un día, mientras paseaba por el bosque, Bobby se topó con un viejo amigo, otro caballo, que estaba mirando a los unicornios con envidia.

«No puedes compararte», dijo Bobby. «No tienes que ser un unicornio para ser especial. Tú eres especial por ser tú mismo».

El viejo amigo lo miró asombrado. «Nunca te había escuchado decir algo así», dijo.

Bobby entendió que era cierto: nunca había valorado su propiidad. Ahora que lo pensaba, comenzó a recordar esos días en que soñaba con ser un unicornio. Había estado tan concentrado en eso, en querer ser un unicornio, que había olvidado lo especial que era, siendo un caballo.

Bobby recordó todas las cosas que había hecho desde que se convirtió en un unicornio: ayudó a otros, usó su magia para beneficio de los menos favorecidos, vivió para hacer el bien. Era un ser mágico, y no necesitaba un cuerno para demostrarlo.

Así fue como Bobby comprendió que nada te hace especial; tú mismo te haces especial. No importa cuán hermoso, fuerte o mágico puedas ser, lo único que realmente importa es lo que estás haciendo con tu vida.

Desde ese día, Bobby se sintió feliz y agradecido. Se dio cuenta de que había sido bendecido de más maneras de las que había imaginado, y no cambiaría nada de su vida por nada en el mundo. Y por más extraño que parezca, todos los que lo conocían comenzaron a admirar y apreciar a Bobby aún más como el caballo mágico que era.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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