El caballo que susurraba a la luna. Había una vez un caballo llamado Estrella. Era un hermoso ejemplar de pelaje negro como la noche y una crin larga y espesa que ondeaba con el viento. Pero lo que lo hacía aún más especial era su habilidad para comunicarse con la luna.
Cada noche, cuando la luna brillaba en el cielo, Estrella se levantaba de su establo y salía a disfrutar de la noche. Galopaba en la pradera, saltaba sobre los ríos y atravesaba el bosque con la misma facilidad que si estuviera caminando sobre la hierba. Y mientras cabalgaba, hablaba con la luna.
«¿Cómo estás esta noche, querida luna?», preguntaba Estrella.
«Estoy bien, Estrella. Pero como siempre, estoy sola en el cielo», respondía la luna.
Estrella suspiraba y decía, «Desearía poder hacerte compañía, luna, pero estoy atado a mi establo y mi dueño necesita descansar».
La luna se compadecía de Estrella y le contaba historias sobre las estrellas y los planetas que llegaban a su alcance. Estrella disfrutaba de las historias de la luna y se sentía feliz de poder hablar con ella.
Un día, Estrella decidió que quería hacer algo especial para la luna. Sabía que ella estaba en el cielo todas las noches, pero nunca podía salir de allí. Así que decidió que se encargaría de llevar el cielo hasta ella.
Convirtió su crin en hilos de plata y empezó a tejer una manta enorme. Con paciencia y destreza, Estrella tejió la manta más hermosa que se haya visto. Cuando la manta finalmente estuvo lista, Estrella la amarró a su espalda y salió corriendo hacia el cielo.
Ascendiendo cada vez más alto, pezuña por pezuña, Estrella se elevó hacia la luna, mientras la manta se desarrollaba detrás de él. La luna miraba sorprendida mientras Estrella se acercaba a ella. Finalmente, cuando llegó a ella, Estrella extendió la manta ante la luna, cubriendo su superficie gris con un cielo nocturno lleno de estrellas brillantes y brillantes.
La luna estaba atónita. Nunca antes había visto algo tan hermoso y nunca antes había tenido la oportunidad de salir del espacio donde siempre estaba. Deslizándose hacia la manta, la luna se acostó en ella, mirando las estrellas y sintiéndose afortunada de tener un amigo como Estrella.
Juntos, hablaron durante horas, compartiendo historias y deseos, y siempre se sintieron felices de compartir ese momento especial.
Cuando el sol finalmente comenzó a surgir en el horizonte, Estrella sabía que era hora de regresar a su establo. Se despidió de la luna y le prometió que volvería la próxima noche para hacer compañía y compartir más historias.
Desde esa noche, todas las noches Estrella salía de su establo y llevaba consigo la manta mágica. La usaba para cubrir la superficie gris de la luna, y juntos hablaban y se divertían en el cielo estrellado.
Y así continuó durante muchas noches, hasta que un día Estrella empezó a sentirse enfermo y débil. Su pelo ya no era tan brillante, su espalda se había encorvado y sus ojos se habían opacado.
La luna notó el cambio y le preguntó a Estrella qué pasaba. Él le explicó que había estado enfermo durante mucho tiempo y que sabía que su tiempo estaba llegando a su fin.
«Querida luna», dijo Estrella, «quiero que sepas que siempre te amé y que este tiempo que hemos pasado juntos ha sido lo mejor de mi vida».
La luna lo escuchó llorar y se sintió triste también. Sabía que tendría que decir adiós a su amigo antes de que fuera muy tarde.
«Estrella», dijo la luna, «te agradezco todo lo que has hecho por mí y siempre te recordaré con cariño. Promete que, cuando te vayas, seguirás brillando como lo has hecho siempre».
Estrella asintió y cerró los ojos. Sintió cómo su cuerpo se relajaba y se dejaba ir, sintiendo la luz de la luna en su piel y la comodidad de la manta debajo de él.
Cuando Estrella falleció, su espíritu se elevó hacia el cielo y se transformó en una estrella brillante y brillante. La luna miró hacia el cielo y sonrió al ver a su amigo brillando con tanta fuerza.
«Cabalgas conmigo por toda la eternidad», susurró la luna a la estrella brillante. «Siempre te amaré».
Desde entonces, la estrella brillante ha estado acompañando a la luna cada noche. La manta mágica era ahora un recuerdo, pero la luna nunca olvidó a su amigo Estrella y siempre mantuvo su palabra y lo recordó con cariño.
El resto de los animales en la pradera y los bosques también disfrutaron de la luz de la estrella y aprendieron a valorar las cosas especiales que pueden traer incluso las amistades más inesperadas.