El conejo y la carrera de velocidad

Tiempo de lectura: 5 minutos

El conejo y la carrera de velocidad
¿PREFIERES UN AUDIOCUENTO?

Si prefieres, puedes escuchar el cuento mientras haces otras tareas

El conejo y la carrera de velocidad. Érase una vez un conejo llamado Piolín, que siempre se jactaba de ser el más veloz de todo el bosque. Todos los animales estaban cansados de escuchar sus fanfarronadas, pero no podían negar que de vez en cuando, Piolín les demostraba que tenía una gran habilidad para correr.

Un día, le llegó una noticia que cambiaría su vida. En el bosque había una nueva carrera de velocidad y todo el mundo estaba invitado a participar. La carrera ofrecía un gran premio para el ganador: una cesta llena de deliciosas zanahorias frescas, su comida favorita. Era una oportunidad única de demostrar que era el más rápido del bosque, y no podía dejarla pasar.

Los demás animales del bosque observaron con sorpresa cómo Piolín empezaba a entrenar en secreto para la carrera. Sabía que tenía que estar en su mejor forma para ganarla.

La mañana de la carrera, todos los animales se reunieron en el punto de partida, incluyendo a una tímida tortuga que no sabía cómo había sido invitada. A medida que los animales se preparaban para correr, Piolín se veía más y más confiado. Estaba seguro de que ganaría, y nada lo detendría.

Finalmente, la carrera comenzó, y todos los animales salieron disparados hacia el camino. Piolín tomó la delantera rápidamente, y se alejó de los demás corredores. Pero mientras avanzaba, comenzó a notar algo extraño.

¿Qué era esa extraña sensación en sus patas? ¿Por qué su visión se estaba volviendo borrosa?

Piolín no pudo evitar mirar hacia abajo, y allí se dio cuenta del problema. Había perdido una zapatilla en plena carrera.

Estaba tan acostumbrado a correr con sus zapatillas, que sin darse cuenta, éstas se habían desatado en la carrera. ¡Esas zapatillas eran esenciales para su velocidad!

Mientras Piolín se detenía para recuperar su zapatilla, los demás corredores aprovecharon para adelantarlo. Pero Piolín no quería darse por vencido. Sin sus zapatillas, sabía que no podía correr tan rápido como antes, pero aún asi lo intentaría.

Continuó corriendo a toda prisa, intentando atrapar a los corredores que le habían adelantado. Pero cuanto más corría, más luchaba. Era como si algo lo estuviera frenando. Faltaba su zapatilla izquierda, ¡su velocidad había disminuido!

Los demás animales estaban sorprendidos al ver a Piolín luchando por mantener el ritmo de la carrera. Había pasado de ser el más rápido del bosque a ser el conejo más lento de la carrera. Mientras tanto, la tortuga, que había estado corriendo todo este tiempo, poco a poco había avanzado hacia los demás corredores y ahora estaba en segundo lugar.

¡La tortuga! ¿Cómo podía ser que estuviera tan cerca del resto de los corredores? Era imposible que una tortuga tan lenta hubiera avanzado tanto.

Piolín no podía dejar que eso pasara. Se concentró en recuperar su velocidad perdida, pero parecía que nada funcionaba.

Mientras la línea de meta se acercaba, Piolín hacía lo que podía para acelerar. Sin embargo, aunque hizo un gran esfuerzo, quedó detrás de los demás competidores.

Finalmente, cruzó la línea de meta, sudoroso y agotado, en último lugar.

Los otros animales lo miraron con tristeza mientras se preparaban para irse. Piolín estaba tan abatido que no podía ni hablar.

Mientras se alejaban, la tortuga se acercó a él. «¿Estás bien?» preguntó. «Fue buena carrera ¿no?»

Piolín no sabía qué decir. Había sido una buena carrera, pero no había ganado. Había perdido parte de su velocidad, se había equivocado.

«Parece que perdí algo importante en la carrera», dijo Piolín, mirando hacia el suelo y removiendo sus patas tristemente.

«No, no perdiste nada en la carrera de hoy», replicó la tortuga. «Ganaste algo mucho más valioso.»

¿Cómo podía ser?, pensó Piolín.

«Ganaste un gran respeto y una lección de humildad», dijo la tortuga con una sonrisa. «Y eso, para algunos, es el gran tesoro que se puede obtener.»

Piolín, al escuchar estas palabras, se dio cuenta de que había subestimado no solo a los otros animales con quienes había corrido, sino también a sí mismo. Aprendió que la humildad y la dignidad son las mejores cualidades que uno puede poseer.

El conejo más veloz del bosque no había ganado la carrera, pero sí había ganado algo mucho más importante: nuevos amigos y una lección de vida.

Desde ese día, Piolín cambió. Aprendió a respetar a los demás, agradeció la amistad y la bondad en lugar de la velocidad. Ahora, era un conejo más amable, más íntegro y, aunque se lo tomó con calma, se sentó feliz en el bosque, pensando en la gran lección que había aprendido, y sonriendo siempre.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El conejo y la carrera de velocidad
¿Te ha gustado «El conejo y la carrera de velocidad»?
¡Compártelo con tus amigos!
Facebook
Twitter
Pinterest
WhatsApp
Email
Imprimir