El cuento del canguro bondadoso. Érase una vez en un bosque muy grande y espeso, vivía el canguro bondadoso. Era una criatura muy especial, ya que siempre se preocupaba por los demás animales del bosque. El canguro siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos, aunque para ello tuviera que hacer algunos sacrificios.
Un día, el canguro bondadoso estaba explorando el bosque cuando encontró a su amigo el zorro. Lo encontró muy triste y preocupado, y cuando le preguntó qué le pasaba, el zorro le dijo que había perdido a su hijo en el bosque. El canguro bondadoso no lo dudó ni un segundo y comenzó a rastrear al hijo del zorro por todo el bosque. Después de mucho andar, encontraron al pequeño zorrito jugando con unas hojas. ¡Qué alegría tan grande!
El zorro estaba muy contento y agradecido por la ayuda de su amigo canguro. El zorro le dijo que había una forma de agradecerle que se le ocurrió en ese momento. Él tenía una fruta muy especial, una que sólo aparecía una vez al año, y que era muy rica y jugosa. A pesar de que el zorro había tenido una dura semana, sabía que esa fruta era muy especial para el canguro. El canguro, al ver el gesto amable de su amigo, dijo que no lo necesitaba y que se alegraba de haber ayudado a encontrar al zorrito.
Después de un rato de charla y risas, el canguro bondadoso se despidió del zorro y siguió explorando el bosque. Ahora se sentía muy feliz por haber ayudado a su amigo y por haber rescatado al zorrito. Durante su caminata, encontró a dos ratones pequeñitos que intentaban sacar una bellota del hueco de un árbol. El canguro se acercó a ellos y les preguntó por qué no pedían ayuda.
– No queremos molestar a los demás animales – dijo uno de los ratones.
– Pero, ¿por qué no me piden ayuda a mí? – preguntó el canguro bondadoso.
Los dos ratones se miraron el uno al otro y asintieron con la cabeza. El canguro levantó su gran pata y sacó la bellota del hueco del árbol. Los dos ratones se acercaron agradecidos y le dijeron que nunca olvidarían la amabilidad que el canguro había mostrado hacia ellos.
El canguro se despidió de los ratones y continuó su camino por el bosque. El sol estaba empezando a bajar por el horizonte y el canguro sabía que ya era hora de volver a casa. Cuando llegó a su madriguera, encontró a su amigo el zorro esperándolo afuera.
– Quería darte algo – dijo el zorro, extendiendo su pata.
En su mano, tenía una pequeña bolsa llena de huevos de chocolate. Eran los huevos que había recolectado para su hijo, pero el zorro decidió dárselos al canguro como muestra de su agradecimiento.
– Esto es demasiado, no puedo tomarlos – dijo el canguro.
– Por favor, tómalo como un recordatorio de nuestra amistad – dijo el zorro.
El canguro no pudo evitar sonreír ante el gesto de su amigo. Aceptó la bolsa y se despidió del zorro, y luego entró a su madriguera para guardarla.
La bondad del canguro no pasaba desapercibida para los otros animales del bosque. Al día siguiente, cuando salió de su madriguera para explorar, encontró un grupo de pájaros esperándolo afuera.
– Queremos agradecerte por todo lo que haces por los demás – dijo uno de los pájaros.
Le dieron una pequeña bolsa de semillas, contándole historias de todas las veces en que su ayuda había sido crucial en momentos difíciles.
El canguro bondadoso no podía creer lo afortunado que era por tener amigos como ellos. Los animales del bosque sabían que podían contar con él siempre que necesitaran ayuda, y que él estaría allí, listo para tender su mano amiga.
Desde ese día, el canguro bondadoso recordaría que la bondad y la empatía siempre traen recompensas, aunque puedan parecer pequeñas. Con un simple acto, es posible marcar la diferencia en la vida de otra persona y alegrar su día. El canguro sabía que siempre estaría allí para ayudar, independientemente del tamaño de la necesidad y se estaba feliz con eso. Después de todo, es la amabilidad la que construye puentes entre los animales y los une a todos. Y el canguro bondadoso estaba muy orgulloso de ser parte de esta gran familia con corazones gigantes.