El Dragón y el Espejo Mágico. Había una vez un dragón poderoso, cuyas escamas brillaban como el oro en el sol. Era el rey de su territorio y todos temían su furia y su poder. Sus alas eran enormes y sus garras, afiladas como cuchillas. A pesar de su fuerza y ferocidad, el dragón se sentía solo en su cueva y buscaba algo más en la vida.
Una tarde, mientras sobrevolaba su reino en busca de presas, divisó a lo lejos un pueblo en el que nunca había estado antes. Decidió acercarse para observar a los humanos y descubrir qué los hacía tan curiosos.
Al llegar al pueblo, el dragón quedó maravillado. Los humanos eran pequeños y frágiles, pero trabajaban juntos para construir casas y cultivar la tierra. Había niños correteando por las calles y adultos que se reunían en la plaza para hablar y reír.
El dragón comenzó a frecuentar el pueblo cada vez más a menudo. Al principio, se mantenía escondido en las sombras, observando a los humanos con curiosidad. Pero a medida que pasaban los días, comenzó a acercarse cada vez más.
Un día, mientras sobrevolaba el pueblo, un niño lo vio y comenzó a gritar asustado. El dragón se acercó a él y el niño se asustó aún más. Pero en lugar de devorarlo, el dragón se le acercó y le habló en voz baja.
-«No tengas miedo», dijo el dragón. «Soy un dragón, pero no te haré daño. Solo quiero conocerte mejor».
El niño, aunque asustado, se animó a hablar con el dragón. Y a partir de ese día, se hicieron amigos inseparables.
El dragón comenzó a frecuentar el pueblo con mayor asiduidad. Se sentaba en la plaza mientras los habitantes trabajaban a su alrededor, y a veces incluso les ayudaba a construir o trabajar en el campo.
Los aldeanos comenzaron a aceptarlo y tratarlo con cariño, aunque seguían temiéndolo un poco. Pero el dragón estaba feliz. Había encontrado su lugar en el mundo, y no era en una cueva oscura lejos de todo y de todos.
Pero un día, un grupo de cazadores llegó al pueblo. Querían matar al dragón, que había estado causando estragos en su territorio. Pero cuando llegaron, encontraron a un dragón feliz y rodeado de amigos humanos.
Los cazadores intentaron capturarlo, pero los aldeanos se unieron para defender al dragón. Y aunque fueron superados en número, el dragón decidió que no quería pelear. No quería lastimar a nadie.
-«No luchemos», dijo el dragón. «No vale la pena. Soy feliz aquí, con mis amigos. Les aseguro que no volveré a causar problemas en su territorio. A cambio, pido que me dejen quedarme aquí».
Los cazadores, sorprendidos por las palabras del dragón, decidieron darle una oportunidad. Y con el tiempo, terminaron aceptándolo también.
Los días pasaron y el dragón encontró en el pueblo un hogar. Ya no estaba solo y había aprendido a convivir con los humanos. Y aunque seguían teniéndole respeto, lo consideraban uno más de ellos. El dragón había encontrado su lugar en el mundo, y no era en una cueva solitaria, sino entre amigos.
Y así fue como el dragón poderoso dejó atrás su soledad para convertirse en parte de un pueblo. Aprendió a convivir con humanos, a ayudarlos y a recibir su cariño. Y aunque su fuerza y su ferocidad seguían siendo temidas por algunos, era ahora más feliz que nunca antes.