El Dragón y la Fiesta de las Estrellas. Hace muchos años, en una lejana montaña, vivía un poderoso dragón de escamas doradas llamado Orozco. Él era el guardián de un antiguo tesoro que se encontraba en una cueva profunda en el corazón de la montaña. Los habitantes del pueblo cercano solían dejar ofrendas a Orozco para evitar que los atacara.
Un día, un joven llamado Martín decidió que quería ser el primero en conquistar la cueva del tesoro y se dirigiría a la montaña para hacerlo. Martín era un aventurero valiente y decidido, pero también un poco terco y tozudo. No le importaba lo peligroso que pudiera resultar, Martín estaba decidido a encontrar y derrotar a Orozco.
Así que, la mañana siguiente, Martín subió la montaña y llegó a la cueva. No había nadie allí, ni siquiera Orozco. Sin embargo, el joven notó que las ofrendas de los habitantes del pueblo habían sido dejadas allí, y decidió tomarlas como ayuda en su aventura. Sin embargo, al hacerlo, escuchó un fuerte rugido detrás suyo.
Martín se dio la vuelta y vio a Orozco, enfurecido y listo para atacar. El joven sacó su espada y se preparó para luchar, pero Orozco era más rápido. Con un solo golpe de su cola, el dragón arrojó a Martín contra la pared de la cueva y lo dejó inconsciente.
Martín despertó unas horas más tarde, sintiéndose desorientado y confundido. Orozco estaba allí, observándolo fijamente. «¿Qué quieres hacer aquí, joven aventurero?», preguntó el dragón.
Martín se levantó, tomó su espada y se acercó a Orozco. «Quiero el tesoro que guardas», respondió.
Orozco frunció el ceño. «El tesoro que buscas no es un tesoro mortal. Es algo más que eso».
«¿Qué quieres decir?», preguntó Martín.
«Es algo que no puedes poseer o controlar. Es algo que solo puedes encontrar si estás preparado para ello», dijo Orozco.
Martín no entendió lo que Orozco estaba hablando. Solo quería el tesoro, lo quería más que cualquier otra cosa en el mundo.
Orozco entendió la terquedad de Martín y, en lugar de luchar contra él, decidió enseñarle una lección. «Muy bien», dijo, «te daré una prueba. Si la superas, podrás tener el tesoro que buscas».
Martín estaba intrigado. «¿Qué prueba?»
«Deberás buscar y encontrar una flor llamada Flor del Dragón. Es una flor que solo crece en las montañas más altas y solo se puede encontrar si tu corazón está lleno de amor y humildad. Si tu corazón es puro, la flor te guiará a través de un camino peligroso hasta la cima más alta de la montaña. Allí, encontrarás el tesoro que buscas», explicó Orozco.
Martín pensó en lo que el dragón había dicho. ¿Una flor? ¿Eso era todo? Parecía demasiado fácil. Pero entonces recordó la mirada sabia de Orozco y decidió tomar la prueba.
Así que, Martín empezó su búsqueda de la Flor del Dragón. Subió montañas, atravesó ríos y vientos feroces, enfrentándose a criaturas peligrosas e incluso a momentos de desesperación. Pero nunca perdió la esperanza ni la paciencia.
Finalmente, llegó a la cima más alta de la montaña. Ahí, encontró una cueva en lo alto de una pared empinada. La entrada estaba rodeada por una exuberante vegetación de flores de color rojo fuego. En el interior, se encontró con una imagen más hermosa que había visto. El tesoro era una vista de la naturaleza más magnifica que había visto en su vida. Los diamantes estaban iluminados por la luz del sol y la cueva se iluminaba con colores brillantes y vibrantes.
Mientras contemplaba el tesoro, Martín comenzó a comprender lo que Orozco quería decir. Este tesoro, no era para poseer o controlar, era algo para compartir. Y así, en un gesto de amor y humildad, Martín decidió compartir su descubrimiento con toda la gente del pueblo que lo había apoyado en su búsqueda. Convirtió su tesoro en un jardín lleno de vida para que toda la gente disfrutara.
Orozco, viendo la generosidad de Martín, salió de la cueva y se acercó al joven. «Martín, has encontrado el verdadero tesoro. Has comprendido que la verdadera riqueza está en el amor y la humildad».
Martín sonrió, agradecido por la lección que le había enseñado Orozco. Supo que lo que había encontrado era más valioso que cualquier otro tesoro. Y así, aprendió que la verdadera riqueza está en el amor, la humildad y la generosidad, y que no hay nada más importante que compartir la belleza de la naturaleza con la gente.