El Dragón y la Montaña de los Deseos

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El Dragón y la Montaña de los Deseos
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El Dragón y la Montaña de los Deseos. Había una vez un pueblo que vivía al pie de una montaña. En la cima de esa montaña vivía el temido dragón llamado Dracón. Era un dragón enorme y de piel escamosa de un intenso color rojo. Sus ojos brillaban como el fuego y su aliento era tan caliente que cualquier cosa que estuviera cerca suyo se secaba hasta volverse polvo.

Los habitantes del pueblo no querían tener nada que ver con Dracón. Siempre que el dragón sobrevolaba el pueblo, se escondían en sus casas o corrían a esconderse en el bosque cercano. Había tanto miedo hacia el dragón que ni siquiera los niños querían acercarse.

Sin embargo, Dracón no era el monstruo que todos creían que era. Lo cierto es que tenía un gran secreto que solo él conocía.

Desde hacía tiempo, Dracón se había dado cuenta de que no era un dragón como los demás. Por alguna razón, no sentía que su propósito en la vida fuera asustar y atacar al ser humano. Lo cierto es que se sentía más cercano a ellos de lo que cualquier dragón debería.

Una tarde, cuando Dracón sobrevolaba el pueblo, vio a una niña sentada en la ventana de su casa. La niña parecía triste, melancólica. Dracón sintió una conexión con ella que nunca había experimentado antes. Separando sus pensamientos de su fuego interior, descendió ante ella.

“Hola, pequeña”, dijo Dracón con su voz ronca. La niña se sobresaltó y casi pierde el equilibrio en el alféizar, pero Dracón extendió sus alas hacia ella, como si quisiera protegerla.

No te asustes – le dijo el dragón-. Yo no te haría daño nunca. Solo quería conocerte.

La niña sintió el corazón acelerar, pero a la vez, se tranquilizó. La mirada de Dracón, aunque intensa, era amable y sus palabras sonaban verdaderas. Así que, con un ligero temblor en las manos, la niña extendió una de ellas hacia el enorme hocico del dragón.

Dracón no vio una niña temerosa, sino a una joven humana dulce y cariñosa. Desde entonces, todos los días el dragón visitaba a la niña, y juntos se sentaba a charlar sobre el mundo que les rodeaba.

La niña, llamada Lucía, había sido marginada de su grupo de amigos del pueblo. Algunos habían iniciado rumores falsos sobre ella, y eso la había llevado a recluirse en su casa. Dracón fue para ella una verdadera ventana de oportunidades, un puente que la llevó a recuperar su autoestima y a valorarse como la persona honesta y cariñosa que era.

A escondidas de los habitantes del pueblo, la niña visitaba a Dracón varias veces por semana. Juntos, miraban el cielo y hablaban de las cosas que más les gustaban. Un día, mientras el dragón comía piedras brillantes que había encontrado en la montaña, le confesó a la niña su secreto.

Lucía escuchó atentamente, fascinada. Dracón no era un monstruo, sino todo lo contrario. Luego, con su mano suave, acarició el lomo del dragón y le dijo que ella lo aceptaba tal y como era, con todo su corazón.

Desde entonces, la niña visitó a Dracón cada vez que podía. Sabía que era un riesgo, que si los habitantes del pueblo se enteraban, podrían perseguir y matar al dragón, pero ella no podía renunciar a su amigo.

Un día, mientras la niña visitaba a Dracón, el dragón le contó que había escuchado a dos hombres hablando en la montaña. Estos hombres planeaban encerrarlo para defenderse del dragón y acabar con él de una vez por todas.

Lucía empezó a llorar, maldiciendo la maldad de la gente. Pero Dracón fue tranquilizador, diciéndole que no debía preocuparse, que él encontraría una solución a ese problema.

Los días pasaron, y Dracón trabajó incansablemente para encontrar la manera de alejarse del peligro. Finalmente, llegó el día de la partida. La niña lo encontraría por última vez en la cima de la montaña, donde Dracón encendió una hoguera y cantó con nostalgia una última canción.

Lucía despidió a su amigo con una tristeza infinita. Dracón prometió regresar, seguro y con nuevas aventuras que contar. La niña lo abrazó y, emocionada, reveló su propia promesa: siempre lo esperaría.

Y así fue, treinta años después, Dracón regresó. El gigantesco dragón había recorrido toda la tierra, en un viaje lleno de aventuras. Y en su hogar, lo esperaba su amiga de toda la vida y de once veranos.

Lucía lo saludó con una alegría inmensa. Dracón le contó todas sus aventuras, y la niña lo escuchó fascinada, mientras el fuego adornaba su mirada.

El dragón nunca volvió a ser visto por el pueblo y, como predecía Lucía en sus historias, los niños creían que había volado hacia un mundo desconocido en donde vivía feliz con las piedras mágicas que comía.

Pero la realidad era otra, Dracón había encontrado una verdadera amistad, y en la cima de la montaña, junto a su amiga Lucía, siempre tendría un bonito hogar.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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