El Dragón y la Princesa de las Sombras

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El Dragón y la Princesa de las Sombras
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El Dragón y la Princesa de las Sombras. Había una vez un dragón llamado Fuego Azul, cuyo poder y brillo eran reconocidos por todos. Su aliento ardiente y sus garras afiladas mantenían a los pueblos cercanos a su hogar temblando de miedo. Fuego Azul se había acostumbrado a esta vida solitaria. A pesar de su gran tesoro de oro y joyas, su verdadero tesoro era la compañía, algo que nunca había conocido en su vida.

Una noche, mientras Fuego Azul estaba vigilando su tesoro, sintió un extraño cosquilleo en su piel brillante. Al principio, no le prestó mucha atención. Pero el cosquilleo fue aumentando y, finalmente, descubrió que se trataba de una pequeña abeja, que se había posado en su piel. Fuego Azul sabía que debía, en teoría, devorar la abeja, pero, por alguna razón, no lo hizo. La abeja pareció darse cuenta del trato suave del dragón y poco a poco, lo sedujo con su roce. Cada vez que lo visitaba, Fuego Azul se tranquilizaba y olvidaba su soledad. La abeja se convirtió en una compañera leal para él y, aunque los demás dragones se reirían si lo descubrieran, Fuego Azul estaba feliz.

La llanura estaba llena de alegría y el canto de los pájaros imaginaba el sueño de un dragón marcha hacia un futuro ideal.

Había una vez, en los días cálidos de verano, un guerrero audaz llamado Jorge. Jorge era famoso por nunca dar un paso en falso y por su coraje ante cualquier adversidad. Pero había un reto que nunca había enfrentado. Había escuchado historias sobre el temido dragón llamado Fuego Azul y deseaba buscarlo para satisfacer su corazón lleno de aventura.

Jorge viajó durante días a través de la montaña, pasando por rutas peligrosas y atravesando oscuros bosques, hasta que finalmente llegó a la cima. Allí, el dragón lo esperaba, preparado para quemar todo lo que se pusiera en su camino. Pero en lugar de atacarlo, Fuego Azul lo miró con curiosidad. Jorge llegó a la conclusión de que aquellos ojos brillantes no podían pertenecer a un animal malvado. Se acercó a él con las manos levantadas y una pacífica sonrisa, y Fuego Azul lo dejó acercarse sin hacerle daño.

Jorge se quedó allí por un mes, aprendiendo todo lo que había que saber sobre el dragón y su tesoro. Sin embargo, lo que más lo sorprendió fue el carácter dulce y amable de Fuego Azul. Siempre parecía estar buscando compañía, como si se sintiera solo en lo alto de la montaña.

Cuando llegó el día en que Jorge tenía que irse, Fuego Azul estaba tomado de la tristeza. Había encontrado una clase de amistad que nunca antes había conocido, pero sabía que sus deberes como dragón requerían que protegiera su tesoro y su hogar. Jorge le prometió que volvería a visitarlo, un juramento que mantendría fielmente.

Pasaron meses y Jorge cumplió su promesa, volviendo para visitar a Fuego Azul en la montaña de nuevo. Con cada visita, crecía el lazo entre ellos. Y no pasó mucho tiempo antes de que Fuego Azul diera cuenta de que la amistad que había construido con Jorge era mucho más valiosa que todas las joyas y el oro que protegía.

Jorge volvía regularmente a visitarlo, y Fuego Azul se convirtió en un amigo inseparable. Juntos, regresaron a la llanura y celebraban la vida juntos.

Había una vez un dragón llamado Fuego Azul, que descubrió que la verdadera riqueza en la vida no se encontraba en su tesoro de oro y diamantes, sino en la amistad y compañía que encontró con Jorge. Con la ayuda de su valiente amigo, Fuego Azul aprendió que incluso el más temible de los dragones podía encontrar amor y felicidad en este mundo.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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