El León y la Aventura en la Montaña Nevada. Érase una vez, en una tierra lejana, vivía un león muy valiente y aventurero llamado Leo. Él siempre estaba buscando emociones nuevas, y un día decidió que quería escalar la montaña más alta de su reino: la Montaña Nevada.
Todos los animales se burlaron de él cuando les contó sus planes. Le dijeron: “¡Leo, no puedes hacer eso! ¡Esa montaña es muy peligrosa! ¡Te vas a meter en un gran lío!”
Pero Leo no quería escuchar a los demás. Estaba decidido a escalar la Montaña Nevada y experimentar la aventura que tanto buscaba.
Así, un día muy temprano, Leo se puso en marcha. Empezó a caminar por el bosque, envuelto por la niebla, y por fin llegó al inicio de la montaña. Marchó durante horas, subiendo y subiendo, y se encontró con muchos obstáculos en su camino.
De pronto, una gran tormenta de nieve se abatió sobre él. Los vientos eran tan fuertes que Leo tuvo que buscar refugio en una cueva rocosa que había en la montaña.
Allí dentro, intentó descansar. Dejó sus pensamientos vagar y se dio cuenta de que, en realidad, tal vez había sido algo imprudente al aventurarse a escalar aquel lugar. Pero había llegado tan lejos que no quería renunciar.
De repente, sus ojos se posaron sobre una rama de grácil forma que había en la cueva. La recogió y decidió tallar en ella una figura de su amigo el águila, que siempre volaba muy alto. En ese momento, decidió que tallaría una figura de cada uno de sus amigos en diferentes partes de la montaña, para recordarlos y acordarse de la fuerza que le transmitían.
Y así, de cueva en cueva, de pared en pared, Leo iba escalando y grabando en la madera sus recuerdos. Pero, sin saberlo, se estaba equivocando en su camino. Se había alejado de la senda y se había adentrado en una zona peligrosa.
De repente, la nieve debajo de él se descompuso y Leo cayó y rodó por la pendiente de la montaña. Rodó y rodó hasta que, finalmente, se frenó en seco al chocar contra un árbol. Estaba dolorido y mareado, y no sabía dónde estaba ni cómo salir de allí.
Fue entonces cuando la sorpresa lo invadió: un zorro se acercó y empezó a hablarle. Leo se quedó boquiabierto, pero no le pareció mal que el zorro pudiera hablar. Al fin y al cabo, había visto cosas aún más sorprendentes en sus aventuras.
El zorro le explicó que había mucha actividad en la zona y que un grupo de humanos andaba por ahí. Le contó que el hombre era un científico que buscaba un cristal muy especial que se encontraba en la montaña. Leo decidió acompañar al zorro y ver si podía ayudar en algo.
Juntos, encontraron al científico y sus ayudantes. Eruan, como se hacía llamar el hombre de bata blanca, andaba buscando el cristal del hielo perpetuo. Lo necesitaba para investigar un extraño fenómeno que estaba afectando a su propio reino.
Sin embargo, él y sus ayudantes habían llegado tarde. La búsqueda del cristal ya había hecho reaccionar a una manada de trolls, que habían empezado a marchar de forma amenazante hacia los humanos.
Leo y el zorro intentaron hablar con los trolls, pero resultó complicado porque los trolls no hablaban su idioma. Incluso, intentaron hablar usando sus figuras de madera y el zorro le enseñó a Leo el lenguaje de signos que habían aprendido en otra de sus aventuras.
Finalmente, descubrieron que lo que querían los trolls era una comida especial que se preparaba en el reino de Eruan. Leo decidió entonces ofrecer los conejos que había cazado en la montaña como muestra de buena voluntad.
A cambio, los trolls les indicaron una ruta segura para cruzar la montaña y llegar hasta el cristal. En cuanto lo consiguieron, Eruan no dudó en ofrecer su laboratorio y equipo para estudiar las propiedades del cristal.
Al final, gracias a la amistad y a la ayuda mutua, se pudo evitar una gran confrontación. Al final, Leo se dio cuenta de que la montaña le había enseñado una lección muy importante: que la valentía no tiene por qué significar ir a lo loco, sino que puede tener una base sólida en la amistad y la cooperación.