El Lobo y el Reino de las Nubes. Érase una vez un lobo solitario que habitaba en el Bosque de los Susurros. Siempre había sido un lobo viajero, acomodándose en distintas zonas del bosque para encontrar alimento y refugio. Pero esta vez, el lobo se sentía perdido. Había llegado a una zona en la que no había rastro de animales y su estómago hacía ruidos desesperados. Fue entonces cuando decidió aventurarse a lo más profundo del bosque, algo que nunca antes había hecho.
Mientras avanzaba, comenzó a oír un sonido extraño y misterioso. Era como si alguien cantara una melodía suave y grisácea que provenía de algún lugar cercano, como si viniera desde las copas de los árboles. Intrigado, el lobo comenzó a seguir la canción. De repente, el bosque pareció iluminarse y la música se intensificó, y pronto se encontró en un claro donde la luz del sol brillaba con fuerza.
Allí, se encontró con una hermosa estampa que nunca antes había visto: un reino hecho de nubes. «¡Qué belleza!» pensó, impresionado por el espectáculo. Las nubes brillaban con una luz dorada y parecían tener vida propia. El lobo se sintió abrumado por su belleza. Entonces, recordó su hambre y decidió buscar algo de comida para calmar su estómago vacío.
El lobo comenzó a explorar el Reino de las Nubes, buscando algo de alimento. Pero pronto descubrió que no había animales en este reino de ensueño, sólo plantas y flores de todos los colores e intensidades. El lobo se rindió a la tentación, mientras mordisqueaba las hojas y beber el rocío que caía de las hojas. El sabor era dulce y suave, y su estómago se sintió satisfecho por primera vez en muchos días.
Con el apetito saciado, el lobo decidió explorar más el Reino de las Nubes antes de volver al bosque. De repente, recordó la canción que había guiado su camino hasta aquí. ¿Podría haber algo más que este hermoso reino y el sonido que inundaba el paisaje? Decidió seguir su curiosidad para conocer el origen de esa llamativa canción.
El lobo siguió el sonido hasta que llegó a un gigantesco árbol que sobresalía entre las nubes, coronado por una especie de escarpada torre. Una vez allí, descubrió que ésta era la casa de Mamá Nube, la señora del Reino de las Nubes. Era ella quien cantaba esa suave y poderosa melodía. Ella lo había traído aquí para conocerla, y el Lobo se sintió honrado.
«Mamá Nube, mi nombre es Lobo Solitario, ¿qué es este reino?» preguntó el Lobo solícito. Mamá Nube le explicó al lobo que este era un lugar muy especial, un refugio para las almas perdidas y los soñadores. Los que llegan a este lugar tienen una oportunidad de sanar sus corazones y encontrar una nueva perspectiva sobre sus vidas. Y tú, pequeño lobo, eres bienvenido aquí.
El Lobo Solitario no podía creer lo que oía. Esta era una oportunidad única. Sus piernas no temblarían con la idea de emprender un camino sin rumbo ahora que conocía este lugar. La curiosidad lo mantendría vivo. Mamá Nube entonces le explicó que había un camino para convertirse en un ciudadano del Reino de las Nubes. Uno debía pasar una serie de pruebas y demostrar que era digno de ser un miembro en buena hora de la comunidad.
El Lobo Solitario aceptó la propuesta. Inmediatamente comenzó el trabajo, ayudando a Mamá Nube y los demás ciudadanos en sus tareas cotidianas. Pronto, el lobo se hizo amigo de muchos y aprendió habilidades nuevas que nunca antes había conocido. También se convirtió en un guardián del Reino, protegiendo a los pobladores de los peligros que acechaban a sus puertas.
Pasó el tiempo, y el Lobo Solitario se convirtió en uno de los miembros más respetados del Reino de las Nubes. Se había demostrado a sí mismo que era digno del honor de pertenencia a la comunidad. Siempre recordaría el bosque donde creció, pero ahora tenía un hogar nuevo que lo había aceptado con los brazos abiertos.
Y así, el Lobo Solitario encontró su lugar en el mundo. El Reino de las Nubes se convirtió en su casa, y allí creció feliz y rodeado de amistades y aventuras. Pero nunca olvidó el día en que llegó allí, guiado por la canción de Mamá Nube, y la sensación de haber encontrado un lugar al que verdaderamente pertenecía.