El misterio de la casa abandonada. Érase una vez un pequeño pueblo en una colina rodeada de árboles milenarios y lleno de casas coloridas. En el camino que conducía al bosque, había una casa abandonada. En su fachada cubierta de enredaderas, se podían ver las pinturas desvanecidas y las ventanas rotas. La gente del pueblo decía que la casa estaba embrujada y que la evitaban a toda costa. Sin embargo, algunos niños valientes se atrevían a pasar por su puerta sin timbre. Oír el crujido de los viejos pisos les hacía sentir nerviosos, pero también les encantaba sentir la adrenalina al explorar los misterios de la casa.
Estos niños eran conocidos en el pueblo como «Los Rebuscadores». A menudo se aventuraban en la casa abandonada en busca de tesoros perdidos, y aunque nunca habían encontrado nada valioso, seguían explorando en busca de emociones y diversión. Un día, mientras caminaban cerca de la casa, escucharon un ruido misterioso que venía de la ventana. Con el corazón latiéndoles a mil, se acercaron sigilosamente para espiar.
– ¿Qué será eso? -preguntó Eva, la más pequeña de los Rebuscadores-.
– No lo sé -respondió Juan, el líder del grupo-.
Por un momento, no se oyó nada más. Estuvieron en silencio esperando a ver si algo más sucedía en la casa. Finalmente, después de algunos minutos de espera, un objeto empezó a moverse detrás de la ventana. Los Rebuscadores no podían creer lo que estaban viendo. ¿Había alguien en la casa?
– ¡Rápido, vayamos a investigar! -dijo Juan emocionado-.
Con cautela, abrieron la puerta y entraron en la casa. El polvo y los escombros los recibieron al igual que los pequeños focos de luz que se filtraban por las ventanas. Los Rebuscadores avanzaron lentamente hacia la habitación donde vieron moverse el objeto. Al entrar en la habitación, se dieron cuenta de que era un pequeño gato negro, escondido detrás de un armario.
– Oh, es solo un gato -dijo Eva decepcionada-.
– Pero, ¿quién dejaría un gato aquí? -preguntó Juan, preocupado-.
Empezaron a buscar pistas en la habitación para averiguar quién dejó al gato allí. Encontraron una carta amarrada a su collar que decía:
«Por favor, cuídame».
– ¿Qué significa esto? -preguntó María, otra de los Rebuscadores-.
– No lo sé, pero es mejor que lo cuidemos, tal vez alguien vendrá a buscarlo -respondió Juan.
Así que decidieron quedarse con el gato hasta encontrar a su dueño. Mientras tanto, lo nombraron «Misterio» y lo cuidaban con mucha atención. Lo llevaron al veterinario, compraron comida especial para él, y lo mimaban con juguetes.
Pero mañana, cuando regresaron a la casa abandonada, descubrieron algo sorprendente. En uno de los armarios, encontraron una serie de dibujos y pinturas. Los dibujos eran de una mujer mayor con el mismo gato, y los niños dedujeron que esa mujer era la dueña de Misterio. En una nota escrita en el borde del dibujo, encontraron una dirección y un número de teléfono.
– Debemos llamar a esta dirección -dijo Juan-.
Al final del día, llamaron a la dirección y una mujer mayor contestó.
– Hola, ¿puedo ayudar en algo? -dijo una voz suave en el otro extremo de la línea-.
– Hola, encontramos un gato con una nota que decía «por favor, cuídame» -respondió Juan-.
– ¡Oh, mi gatito! -dijo la mujer, alegremente-. Él desapareció hace unas semanas y he estado buscándolo por todas partes.
Los Rebuscadores se pusieron felices al saber que Misterio era el gato perdido de una persona. La mujer aceptó encontrarse con ellos en la casa abandonada al día siguiente para recuperar a su mascota. Cuando llegó, agradeció mucho a los niños por cuidar de su gato y les hizo una donación para su club de Rebuscadores.
Desde aquel día, los niños acostumbraban visitar a la mujer mayor y su gato Misterio, quien se convirtió en su amigo inseparable. El misterio de la casa abandonada fue resuelto, pero los Rebuscadores sabían que habían encontrado algo más valioso: una nueva amistad. Y así, todos los días, entre risas, aventuras y secretos, el club de Rebuscadores continuó explorando el pueblo y la casa abandonada.