El naufragio del buque de guerra. Érase una vez un impresionante buque de guerra llamado El Gran Terranova, que transportaba a su tripulación a través de los mares en busca de nuevas aventuras. El barco era considerado uno de los más fuertes y resistentes de la flota real y había participado en muchas victorias en el pasado.
La tripulación estaba compuesta por valientes hombres y mujeres jóvenes que estaban ansiosos por demostrar su valentía en cualquier situación que se presentara. Todos ellos eran muy leales al capitán, un hombre experimentado en el control del barco y en el liderazgo de un equipo, que había logrado ganar la confianza de su tripulación por su habilidad y conocimiento.
Un día, mientras navegaban en medio de una tormenta, El Gran Terranova fue golpeado por un rayo y comenzó a arder en llamas. Los esfuerzos de la tripulación para extinguir el fuego fueron en vano, y pronto, el barco comenzó a hundirse en el mar. Todos los miembros de la tripulación se aferraron a las tablas de salvamento, esperando un rescate que les salvara de esta fatalidad.
Cuando la tormenta amainó, el sol salió y todo lo que se podía escuchar era el sonido del mar. La tripulación miró en torno a ellos, sabiendo que estaban perdidos en mitad del océano, sin comida ni agua potable, y solo luchando para mantenerse a flote.
A medida que los días pasaban, la tripulación se debilitaba y comenzaba a perder la esperanza de ser rescatados. Al atardecer del quinto día, un avión militar que patrullaba la zona fue el primero en detectar la presencia del naufragio. Apenas se acercaron al buque, pudieron ver que la tripulación estaba en muy malas condiciones, algunos ya había fallecido, y que necesitaban ayuda urgente.
Pero las condiciones del mar hicieron que fuera difícil para el avión mantenerse en vuelo el tiempo suficiente para rescatarlos. La tripulación comenzó a desesperarse, sintiendo que su suerte estaba sellada, y que morirían en mitad del océano.
De repente, un grupo de delfines aparecieron como si reconocieran el peligro en el que se encontraban los náufragos. Nadando en formación, los delfines se acercaron a la tripulación, llevando consigo algo extraño. Pronto, la tripulación se dio cuenta de que los delfines estaban llevando botes salvavidas con suministros que habían sido almacenados a bordo.
La tripulación no podía por menos que asombrarse por la presencia de los delfines, agradeciendo en cada silbido las muestras de bondad que estos inteligentes animales estaban demostrando.
La tripulación no tenía idea de cómo los botes salvavidas habían llegado allí o quién los había puesto en el agua, pero no perdieron más tiempo y subieron a ellos tan pronto como les fue posible. Sus cuerpos agradecieron el suave balanceo de las olas y el contacto con el agua fresca de la mañana. Las provisiones descubiertas por los delfines eran suficientes para mantener a la tripulación durante varios días, permitiendo que mantuvieran la esperanza de ser rescatados.
Con el paso de los días, la tripulación se convirtió en amigos de sus nuevos amigos, y los delfines visitaban cada día al grupo de náufragos para traerles más suministros y compañía. En esos momentos, ningún lugar fue más cálido y reconfortante que el abrazo de los delfines.
Finalmente, después de doce días solos en el mar, otro barco de la flota real apareció en el horizonte e inmediatamente empezó a desplegar botes para rescatar a los sobrevivientes.
Al final, la tripulación regresó a casa, reunidos con sus familias y amigos, valorando aún más la fuerza de su amistad y la importancia de la ayuda de los delfines, un grupo de seres nobles y amigables, capaces de comprender el sufrimiento humano. La historia de la tripulación se difundió rápidamente por todo el mundo, y los delfines fueron recomendados para ser protegidos y, al menos, ser vistos como seres con inteligencia superior.
