El Príncipe de Hielo. Érase una vez, en un reino muy lejano, existía un príncipe conocido como el Príncipe de Hielo. Su nombre real era Erik, pero todos lo llamaban así debido a que tenía un corazón frío y poco amoroso. Nadie sabía por qué era tan frío su corazón, ni siquiera la reina, su madre, quien siempre lo trató con amor y cariño.
Erik era un príncipe muy solitario, no tenía amigos ni le gustaba socializar con la gente del pueblo. Pasaba sus días en el castillo, hablando con el espejo mágico que le había regalado su abuela, la reina de las hadas, e intentando encontrar algo que lo hiciese sentir feliz y amado. Pero siempre se sentía como si algo faltara en su vida.
Un día, mientras paseaba por los jardines del castillo, encontró a una hermosa princesa que parecía estar perdida. Era la princesa Isabel, de un reino vecino. Erik se ofreció a ayudarla a encontrar su camino, y mientras caminaban juntos, Erik empezó a sentir algo extraño en su corazón. Era un sentimiento que nunca había sentido antes.
La princesa Isabel era una persona muy cálida y amable, y Erik nunca había conocido a alguien así. Se sentía atraído por su dulce personalidad, y aunque intentaba negarlo, empezó a sentir algo por ella. Pero no sabía cómo expresarlo y temía que ella se burlara de él.
Días después, cuando la princesa tuvo que irse de regreso a su reino, Erik sintió un gran vacío en su corazón. Volvió a buscar la compañía del espejo mágico y le preguntó qué podía hacer para encontrar la felicidad en su vida.
El espejo le respondió: «Erik, tu corazón es como el hielo. Debes aprender a derretir ese hielo y dejar que entre la luz y el calor. Debes dejar de temer y abrir tu corazón a los demás».
Erik sabía que el espejo tenía razón, pero no sabía cómo hacerlo. Entonces decidió buscar a la princesa Isabel y pedirle ayuda. Cuando la encontró, le pidió perdón por haber sido tan distante y le contó lo que le había dicho el espejo mágico.
La princesa lo escuchó con atención y le dijo: «Erik, lo que necesitas es amor y compasión. Debes sentirte cómodo contigo mismo y después, podrás empezar a abrir tu corazón hacia los demás».
Erik no sabía cómo hacerlo, pero aceptó el consejo de la princesa y decidió empezar a trabajar en su corazón. Se esforzó por ser amable con los demás, escuchándolos y tratándolos con respeto. Poco a poco, empezó a sentirse más cómodo en su propia piel.
Un día, mientras ayudaba a un campesino a reparar su casa, se dio cuenta de que empezaba a sentir algo más profundo que amistad por la princesa Isabel. Buscó su consejo una vez más, y ella le respondió: «Erik, si sientes algo por mí, debes ser sincero contigo mismo y conmigo. Si somos amigos, siempre lo seremos, independientemente de cómo te sientas».
Erik se sintió aliviado al escuchar eso y decidió ser sincero con la princesa Isabel. Le escribió una carta donde le confesaba sus sentimientos y le pedía que fuera su amada. La princesa le respondió con una sonrisa y un abrazo. «Erik, siempre serás mi amigo, pero también mi amado», le dijo.
Desde ese entonces, Erik se convirtió en un hombre más feliz y amoroso. Su corazón de hielo había empezado a derretir gracias al amor y la compasión que había encontrado en la princesa Isabel y en su propia vida. Pasó a ser conocido como el Príncipe del Amor, y la gente empezó a amarlo por la persona que había llegado a ser.
Fin.