El Príncipe en el Reino de la Guerra. Érase una vez en el Reino de la Guerra, un príncipe que se llamaba David. Vivía en un castillo muy grande, rodeado de murallas altas y rodeado de soldados armados hasta los dientes.
Desde que era muy pequeño, David había aprendido a luchar y a montar caballos con los mejores maestros de todo el reino. Por eso, cuando su padre, el rey, murió, David tuvo que asumir el trono y convertirse en el nuevo rey del Reino de la Guerra.
Pero siguió siendo un niño, y a pesar de que sabía pelear y vencer a sus enemigos, no le gustaba la guerra. Le dolía ver cómo las personas sufrían y se mataban unas a otras sin ningún motivo.
Un día, mientras paseaba por el campo, David se encontró con un anciano muy sabio, que vivía solo en una casa de madera. El anciano se llamaba Tomás y tenía una barba muy larga y blanca, que lo hacía parecer un mago.
David se acercó a él y le preguntó:
– ¿Porque somos guerreros, Tomás?
– Porque no hay nada más valiente que luchar por aquello en lo que se cree, respondió el anciano mientras le ofrecía un tazón de té caliente.
– Pero vivimos en permanente guerra, ¿no crees que hay otra manera de vivir? Preguntó David.
– Siempre hay otra manera de vivir, contestó Tomás. El problema es que a veces es más fácil seguir haciendo lo que se ha hecho siempre, que tomar una nueva dirección. Pero la paz nunca se consigue a través de la guerra, sino a través del amor, de la amistad y del respeto a los demás.
– ¿Cómo puedo conseguir la paz en mi reino?, preguntó David.
– Deja que tu corazón te guíe, respetando a los demás y no atacando a nadie sin motivo. Siempre hay una solución pacífica para todo tipo de conflictos, si aprendes a escuchar y dialogar, le dijo Tomás.
David siguió hablando con el anciano durante horas, mientras el sol se ponía en el horizonte. Cuando se despidió de él, se fue a su castillo con el corazón lleno de esperanza de poder encontrar una solución pacífica para los problemas del Reino de la Guerra.
Desde entonces, David comenzó a rodearse de consejeros sabios, capaces de ofrecerle alternativas pacíficas a los conflictos en los que se veía envuelto. Aprendió a escuchar a los demás y a dialogar, y se dio cuenta de que muchas veces sus enemigos eran más amigos de lo que pensaba.
Y poco a poco, el Reino de la Guerra comenzó a cambiar. La gente empezó a respetarse mutuamente y a trabajar juntos en proyectos comunes. Las madres ya no perdían a sus hijos en las batallas, y los campos florecieron de nuevo.
Fue así como David, el príncipe que nunca quiso la guerra, logró conseguir la paz en su reino. No fue fácil, pero gracias a su sabiduría y valentía, logró superar sus miedos y encontrar un camino diferente al de sus antepasados.
Y así, el Reino de la Guerra se convirtió en el Reino de la Paz, donde todos se unieron bajo una sola bandera, la del amor y la amistad. Fin.