El Príncipe y el Laberinto de la Felicidad. Érase una vez en un reino muy remoto, un joven príncipe llamado Alejandro. Alejandro era un niño feliz y alegre, pero a medida que fue creciendo se empezó a sentir cada vez más triste y desanimado. Entonces, comenzó a preguntarse ¿qué hacía feliz a la gente? ¿cómo podía él ser feliz como antes?
Un día, el rey y la reina le dijeron que todos los miembros de la corte iban a ir a un gran laberinto, y que él también podría ir si quería. Alejandro aceptó encantado, pensando que era una forma de escapar de sus propias penas, aunque no sabía que la aventura que iba a vivir era mucho más de lo que imaginaba.
Cuando llegaron al laberinto, los guardias les dieron un mapa y les dijeron que debían encontrar el tesoro escondido en su interior. El tesoro era la llave de la felicidad y solo podían tenerlo aquellos que cumplieran con las pruebas exigidas por el laberinto.
El príncipe Alejandro se emocionó, pensando que quizás esa fuera la solución a su tristeza. Entonces comenzó a andar por el laberinto. Se encontró con diferentes pruebas, debió saltar, correr, pensar y decidir. Cada paso era como una lección que le ayudaba a conocerse mejor a sí mismo.
Pero, mientras caminaba, se dio cuenta que no era el único. La gente, cada uno con un color diferente, también buscaba el tesoro. Algunos llevaban años buscando, obteniendo algo en cada prueba pero sin poder encontrar el tesoro. Alejandro estaba decidido a encontrar ese tesoro, y aunque al principio no lo tenía claro, sabía que necesitaba luz, la luz del amor y la amistad para encontrar la felicidad.
Durante días, el príncipe caminó sin descanso, enfrentándose a pruebas cada vez más complicadas. Pero a pesar de ello, seguía sintiéndose triste y melancólico. Fue entonces cuando se encontró con un hombre mayor que parecía saber qué era lo que necesitaba para encontrar el tesoro.
Le dijo: «Príncipe, cada uno de nosotros debe enfrentar sus miedos, pero para encontrar la felicidad, necesitas creer en ti mismo y en los demás. La felicidad se encuentra cuando uno comparte, cuando uno da y recibe amor. No busques lo material, busca la luz.»
Alejandro entendió que el hombre tenía razón, por lo que decidió ayudar a todos los que se encontró por el camino, se acercó a ellos, habló, los escuchó y les entregó las luces de distintos colores que iba encontrando en su camino.
Poco a poco, mientras cumplían las distintas pruebas, el príncipe y sus nuevos amigos fueron formando un gran equipo. Ayudándose unos a otros, alentándose y demostrándose cariño, todos se sentían cada vez más alegres y felices.
Finalmente, tras muchos días de caminar, llegaron a la última prueba. Una puerta gigante que parecía impenetrable. Alejandro y sus amigos estuvieron un largo rato pensando, y buscaron la solución en el trabajo en equipo y el amor que habían cultivado en el camino. De pronto, el príncipe comprendió que la puerta se abriría únicamente si se concentraban en lo verdaderamente importante, en la amistad y la luz del amor, el tesoro más preciado de todos.
Así lo hicieron, juntos pusieron sus manos en la puerta, cerraron los ojos y se enfocaron en lo mencionado. Al abrirlas, se encontraron con un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores y un árbol frondoso en el centro. En ese árbol, se veía un cajón dorado rodeado de una luz blanca que lo envolvía.
Sin pensarlo dos veces, Alejandro tomó el cajón y al abrirlo pudo ver que adentro no había oro ni diamantes, sino una semilla. De pronto, se dio cuenta que esa era la verdadera felicidad, la semilla con el potencial de crecer y florecer. En esa semilla, veía reflejado su propio corazón, lo cual le hizo entender que la alegría y la felicidad estaban desde siempre adentro suyo, y que solo debía cultivarla con esfuerzo y dedicación.
Feliz y lleno de amor, el Príncipe Alejandro regresó al castillo, donde compartió las lecciones aprendidas en el laberinto y sembró la semilla en el jardín del palacio. A partir de entonces, juntos trabajaron día a día, regando y cuidando el pequeño brote, el cual, con el pasar del tiempo, se convirtió en un hermoso árbol floreciente que iluminaba con su luz todo el castillo y el jubiloso corazón de quienes se acercaban a él.
Alejandro estaba infinitamente feliz, pues había encontrado lo que tanto buscaba, la felicidad. Y comprendió que el verdadero tesoro de la vida no estaba en lo material, sino en el amor y la amistad que llevaba dentro de sí mismo. En definitiva, había pasado de buscar fuera de sí, para descubrir el verdadero tesoro dentro suyo, en su corazón.
Desde aquel día, Alejandro nunca volvió a sentirse triste, al contrario, estaba lleno de luz y de amor, y había aprendido que compartir la felicidad era la forma más maravillosa de multiplicarla. Y así, todos los niños y niñas que se acercaban a ese hermoso árbol, conocían esa hermosa historia que había empezado en un laberinto. Una historia de amor, amistad, esfuerzo y perseverancia, que los enseñaba el valor de buscar unidos el tesoro de la felicidad en la vida.