El Príncipe y el Laberinto del Amor. Érase una vez un Príncipe llamado Gustavo que vivía en un hermoso castillo rodeado de jardines. A pesar de tenerlo todo, el Príncipe se sentía triste y aburrido, pues no había conocido el amor verdadero y no sabía cómo encontrarlo.
Un día, mientras paseaba por los jardines, encontró un laberinto que nunca había visto antes. Gustavo se emocionó al verlo y decidió explorarlo. Entró en el laberinto, pero pronto se dio cuenta de que estaba perdido. Las paredes altas y los caminos sinuosos del laberinto le hacían difícil encontrar su salida.
De repente, escuchó una risa dulce que vino de detrás una esquina. Giró rápidamente la cabeza y divisó a una hermosa Princesa que caminaba hacia él. Estaba tan impresionado por su belleza, que no pudo decir nada.
– ¡Hola! – dijo la Princesa. – ¿Estás perdido en este laberinto?
– Sí, lo estoy – respondió el Príncipe Gustavo. – ¿Tú sabes cómo salir de aquí?
– Sí. Hay un camino que te lleva directo a la salida, pero esconde un peligro – dijo la Princesa con tristeza.
– ¿Cuál es ese peligro? – preguntó el Príncipe Gustavo, sin temor.
– ¡El laberinto cobra una prenda! – dijo la Princesa con voz grave. – Cada vez que alguien entra en él, debe darle algo valioso a cambio de su salida.
El Príncipe Gustavo se puso nervioso, pues no sabía qué dar a cambio de su libertad. Miró al suelo y se encontró con una moneda que había caído de su bolsillo.
– ¿Esta moneda es suficiente? – preguntó el Príncipe.
– Lo siento, pero el laberinto desea algo más valioso que eso – dijo la Princesa con tristeza.
El príncipe Gustavo no sabía qué hacer. De repente recordó algo que su madre le había dicho antes de morir: «El amor es el bien más valioso que existe». Con decisión, el Príncipe Gustavo habló con la Princesa.
– Sé lo que el laberinto quiere – dijo con entereza -. ¿Me permites darle mi amor por ti?
La Princesa sonrió y aceptó sin vacilar. Juntos pusieron un pie tras otro hasta que encontraron la salida. Sin embargo, no dejaron de pensar en su amor y en las decisiones que deberían tomar a partir de ese momento.
La Princesa prometió al Príncipe Gustavo que su corazón estaría siempre abierto para él, aunque sabía que debía regresar a su reino para cumplir con sus deberes reales. El Príncipe Gustavo no quería que se fuera, pero sabía que era lo correcto.
– Esperaré a que regreses – dijo el Príncipe Gustavo con lágrimas en los ojos.
La Princesa sonrió y le besó en la mejilla.
– Yo también te esperaré – le dijo la Princesa.
El Príncipe Gustavo regresó al castillo con la sensación de haber encontrado el verdadero amor. Todo parecía tener más brillo y esperanza de ahora en adelante. Sabía que lo que él había dado era lo más valioso que tenía y ahora tendría que esperar a que el laberinto del amor le trajera de vuelta a su amada princesa.