El Ratoncito y el Enigma de los Huevos de Oro. Érase una vez un pequeño ratoncito llamado Remy, que vivía junto a su familia en una acogedora madriguera. Remy era un ratoncito muy curioso y aventurero, siempre buscando nuevas cosas que descubrir.
Un día, mientras se encontraba explorando los alrededores, encontró un extraño enigma. Era un pedazo de papel en el que se leía: «Para encontrar los huevos de oro, ve donde termina el arco iris y sigue el camino de las mariposas».
Remy no sabía muy bien qué era un arco iris, ni tampoco cómo encontrar uno. Pero estaba decidido a resolver el enigma y encontrar los huevos de oro. Así que se puso en camino, recorriendo los campos y las praderas en busca de alguna pista.
Después de algunas horas de búsqueda, Remy se topó con una hermosa mariposa. La mariposa volaba delante de él y parecía dirigirse en una dirección específica. Remy decidió seguirla y descubrió que la mariposa le llevaba hacia una colina.
Cuando Remy llegó a la cima de la colina, vio una espléndida vista del paisaje que se extendía ante él. Y allí, justo en el otro lado de la colina, podía ver claramente un arco iris.
El corazón de Remy empezó a latir con fuerza. Sabía que había encontrado la clave para resolver el enigma. Así que bajó corriendo la colina, siguiendo el arco iris hasta que llegó al final del mismo.
Allí, en un claro del bosque, encontró un montón de hojas secas. Remy se acercó con cautela y empezó a rebuscar en ellas. Y entonces, sus ojos se posaron en un pequeño huevo dorado.
El ratoncito no podía creer lo que veía. Con mucho cuidado, cogió el huevo y lo examinó detenidamente. Era tan suave y cálido que Remy se quedó allí, embobado, acariciándolo y mirándolo durante mucho tiempo.
Pero pronto recordó que el enigma hablaba de «huevos de oro», en plural. Así que decidió volver a buscar más. Pero no había nada más que encontrar allí.
De repente, una voz desconocida le habló desde detrás de un árbol:
– Hola, pequeño ratón. Veo que has encontrado uno de mis huevos de oro.
Remy se giró sobresaltado, pero pronto se tranquilizó al ver a una amigable hada ante él.
– ¿Hada? -preguntó el ratoncito, sorprendido.
– ¡Exacto! Soy un hada-dadora-de-huevos-de-oro -respondió la hada con una risita-. Pero no puedo darte más huevos de oro, tengo que reservarlos para otras criaturas.
Remy se sintió un poco decepcionado. Pero entonces pensó en lo afortunado que era de haber encontrado siquiera un huevo de oro, y en lo agradecido que debía estar con la hada.
– Muchas gracias, señora hada -dijo Remy, inclinándose en señal de respeto.
– De nada, pequeño amigo -respondió la hada, sonriendo-. Me alegra ver que mi enigma te ha llevado hasta aquí. Y ahora, ¿qué vas a hacer con tu huevo de oro?
– Oh, no lo sé -confesó Remy-. Me gustaría dejarlo aquí, junto a la colina, para que alguien más lo encuentre y se sienta tan feliz como yo.
La hada le miró con ternura.
– Eso es muy noble de tu parte, igual que lo hizo el conejo que encontró el primer huevo.
Remy se quedó desconcertado.
– ¿El conejo encontró también un huevo de oro?
– Sí -respondió la hada-. Fue el primero en encontrar uno, y también lo dejó para que alguien más lo encontrara. Y después de él, muchos otros han venido aquí buscando los huevos de oro. Es algo así como una tradición, y los que los encontramos somos los encargados de guardarlos y esconderlos.
Remy asintió comprensivo.
– Ya veo. Bueno, entonces dejaré mi huevo aquí y esperaré a que alguien más lo encuentre.
Y así fue como Remy dejó el huevo dorado junto a la colina del arco iris, para que alguien más lo descubriera y se sintiera tan feliz como él lo había hecho.
Desde entonces, Remy se convirtió en una especie de explorador, buscando aventuras y enigmas por todos lados. Y gracias al enigma de los huevos de oro, aprendió una valiosa lección: a veces, la verdadera felicidad se encuentra en regalar algo que uno aprecia mucho, para que otros puedan disfrutarlo también.