El sapo y la princesa. Érase una vez en un reino muy lejano, habitaba un sapo algo triste y solitario, ya que ningún animal quería estar a su lado, pues creían que no tenía nada interesante que ofrecerles.
Un día, mientras caminaba por la orilla de un riachuelo, el sapo se encontró con un hermoso jardín, en el que reinaban las flores más bellas y un aroma exquisito que le inundó las fosas nasales. Allí, en el centro del jardín, se ubicaba un castillo, en el cual vivía la princesa más respetada y reconocida de todo el reino.
El sapo, al ver aquella belleza, decidió acercarse para disfrutar de las vistas, pero al acercarse escuchó el llanto de la princesa y decidió ir a investigar qué sucedía. Cuando llegó al castillo, observó que la princesa estaba llorando desconsoladamente, así que decidió acercarse para ayudarla.
– ¿Por qué lloras, mi princesa? – le preguntó el sapo.
La princesa, sorprendida por la presencia del sapo, le explicó que estaba triste y sola, porque había perdido su amuleto de la buena suerte, que le había regalado su abuelo antes de morir. Añadió, además, que nadie quería jugar con ella desde que perdió aquel objeto especial.
Al escuchar la tristeza de la princesa, el sapo decidió ayudarla y se ofreció para buscar el amuleto perdido. La princesa aceptó su propuesta y juntos comenzaron una búsqueda en el castillo, en el jardín y en todo el reino.
Lamentablemente, no hubo suerte y el amuleto no apareció. La princesa estaba muy agradecida con el sapo por su ayuda y le preguntó si podía hacer algo por él, como agradecimiento.
El sapo, sin pensarlo mucho, le dijo que lo único que deseaba era un poco de compañía, alguien con quién pasar el tiempo, ya que se sentía muy solo y rechazado.
Entonces, la princesa decidió ser su amiga y pasar tiempo con él. Juntos, jugaron juegos, exploraron el jardín y aprendieron cosas nuevas. La princesa descubrió que el sapo era un sapo muy sabio y bondadoso, y que tenía muchas cosas interesantes que contar.
Un día, mientras exploraban el jardín, el sapo y la princesa descubrieron que una araña había quedado atrapada en su telaraña. Al principio, la princesa no quiso hacer nada, aunque el sapo insistió en que debían ayudarla. Finalmente, la princesa aceptó la ayuda del sapo y juntos lograron liberar a la araña.
La princesa se sorprendió al ver cómo el sapo se preocupaba por alguien que tanto miedo le daba, y se dio cuenta que estaba aprendiendo a ser más empática.
Los días pasaron y la princesa se fue dando cuenta de que no debía juzgar a los demás solo por su aspecto o su apariencia, y que todos los seres vivos merecen igual respeto y amor.
Un día, mientras el sapo y la princesa jugaban en el jardín, la princesa de repente recordó dónde había dejado su amuleto de la buena suerte. Sin dudarlo, fue a buscarlo y cuando lo encontraron, la princesa le dio un gran abrazo al sapo, agradecida por su ayuda y su compañía.
A partir de ese día, la princesa se convirtió en la mejor amiga del sapo y pasaban todo su tiempo juntos, jugando y compartiendo historias.
La princesa ya no era la misma, había aprendido que todos merecemos amor y respeto, sin importar nuestra apariencia o condición, y agradecía al sapo por haberle mostrado que la verdadera amistad no tiene límites.
Y así, el sapo y la princesa vivieron felices para siempre, demostrando que la empatía y el amor pueden cambiar al mundo para bien.