El tesoro de los templarios

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El tesoro de los templarios
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El tesoro de los templarios. Érase una vez, en un pequeño pueblo del sur de España llamado La Alhambra, un joven llamado Juan. Juan era un chico curioso y aventurero, que siempre había estado intrigado por las historias que rodeaban a los famosos templarios.

Desde que era niño, había oído hablar del gran tesoro de los templarios que se rumoreaba que estaba escondido en algún lugar de España, pero nadie había sido capaz de encontrarlo todavía.

Juan había pasado la mayor parte de su juventud investigando todo lo que podía sobre los templarios y su tesoro. Había recorrido los campos y las ciudades españolas y había hablado con los ancianos de la zona, buscando cualquier pista que pudiera llevarlo a la ubicación del tesoro.

Finalmente, después de años de buscar, Juan descubrió un viejo mapa que parecía ser la clave para encontrar el tesoro de los templarios. El mapa lo llevó al sur de España, donde las montañas y el terreno rocoso hacían que la búsqueda fuera difícil.

Pero después de semanas de viaje, Juan finalmente llegó al lugar indicado en el mapa. Se encontró a sí mismo en un pequeño pueblo en la cima de una rocosa meseta, rodeado de montañas.

El pueblo era muy antiguo y parecía estar abandonado hace muchos años. Las casas eran de piedra y estaban en ruinas, y no había nadie en las calles. Juan comprendió que debía estar en lo correcto, ya que la zona se ajustaba a la descripción que había leído en antiguos manuscritos sobre el paradero del tesoro.

Juan comenzó a explorar las ruinas del pueblo, buscando alguna pista o indicio del tesoro. Miró en todas las casas, pero no encontró nada. Después de un día entero de búsqueda, regresó a su tienda de campaña en las afueras del pueblo y decidió descansar.

Al día siguiente, mientras continuaba su búsqueda, encontró una pequeña capilla en el centro del pueblo. La puerta estaba cerrada con llave, pero con un poco de esfuerzo logró abrirla. El olor a humedad y polvo le golpeó la nariz, pero aún así entró para explorar.

Dentro encontró algunas estatuas de santos, algunas velas recién encendidas y varios libros antiguos en un viejo escritorio. Uno de los libros parecía muy antiguo y, aunque no podía entender todo lo que decía, notó que había varias páginas en las que se hablaba del Tesoro de los Templarios.

Las páginas estaban escritas en antiguo español y eran difíciles de descifrar, pero en ellas se describía cómo los templarios habían escondido el tesoro en una cueva en las montañas cercanas. El libro también hablaba de un mapa que indicaba la ubicación exacta de la cueva.

Juan inmediatamente se dio cuenta de que esto podía ser la ruptura de su búsqueda del tesoro. Sin embargo, le preocupaba que el libro fuera encontrado por alguien más, así que decidió esconderlo en su mochila y salir de la capilla.

Siguió las instrucciones descritas en el libro y buscó la cueva a la que hacía referencia. Después de unas horas, encontró un agujero en la pared de una cortada y vio un pasaje oscuro que se adentraba en el interior de la montaña.

Sin pensarlo dos veces, entró en la cueva. A medida que avanzaba, empezó a ver destellos de oro y plata en las paredes y el techo de la cueva. Finalmente, llegó a una habitación grande y allí, frente a él, estaban las leyendas del tesoro de los templarios: cajas llenas de monedas de oro, joyas, estatuas y objetos sagrados, todo brillando con un resplandor cálido en la luz de las velas.

Juan se sintió abrumado por lo que veían sus ojos, y no podía creer que él había sido el que había encontrado esta fortuna legendaria que había estado buscando durante tanto tiempo. Cuando intentó tomar algo del tesoro, una voz lejana se oyó en la penumbra,

«No debes tocar nada, hermano. Esto pertenece a los templarios y a Dios.»

Juan se dio la vuelta, asustado. Se quedó paralizado viendo a un monje anciano, ricamente vestido con el hábito de los templarios.

«Lo siento, no sabía que seguía aquí nadie», se disculpó Juan.

“No te preocupes, hijo. ¿Eres tú quien ha encontrado esta cueva?”, le preguntó el monje.

«Si, me tomó años de investigación para encontrarla», respondió Juan.

«Entonces, mereces recibir la bendición de los templarios, por tu persistencia y por tu inteligencia», dijo el monje. «Pero no puedes llevarte nada del tesoro. El tesoro debe permanecer aquí en la cueva, para siempre.»

Juan aceptó sin rechistar, aunque no podía evitar sentir una gran desilusión.

«Sin embargo, puedo ofrecerte algo igualmente precioso», le dijo el monje.

Sacó de entre sus ropas uno de los anillos de los templarios, un anillo con un símbolo en forma de cruz. «Este anillo es un símbolo de la orden de los templarios. Es un regalo que les concedemos a aquellos que nos recuerdan en tiempos duros y oscuros en los que los templarios no son más que una palabra del pasado».

Juan se sintió honrado y agradecido por la experiencia. Sabía que había encontrado algo más que una riqueza material. Había encontrado una demostración de perseverancia y dedicación en la vida, algo que el tesoro de los templarios había protegido por siglos, algo que él ahora tenía en su mano.

Así, Juan regresó a su casa en La Alhambra con el anillo en sus manos y la sensación de haber conquistado un tesoro que era mucho más valioso de lo que había imaginado. A partir de ese momento, dedicó su vida a estudiar la historia de los templarios y a compartir su experiencia con todo aquel que quisiera escucharla. Y siempre llevó consigo el anillo que le recordaba su logro y su valor.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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