El tesoro del emperador. Érase una vez, en una lejana y antigua China, un emperador extremadamente rico y poderoso. Este hombre tenía todo lo que podía desear: palacios lujosos, sirvientes dedicados y una enorme fortuna en oro y joyas. Sin embargo, había una cosa que le inquietaba día y noche: no encontraba el tesoro más grande y valioso de todos. Había buscado por todos los rincones del imperio, pero nunca había dado con lo que tanto ansiaba.
Un día, el emperador reunió a su consejo de sabios y les ordenó que encontraran el tesoro más grande del mundo. Los sabios se dedicaron a buscar y buscar, pero sus esfuerzos fueron en vano. Todos los tesoros que encontraban el emperador ya los había visto antes y no le interesaban. Pasaron los días y las semanas y el emperador comenzó a desesperarse. Hasta que llegó un día en que un sabio se presentó ante él con una idea.
—Excelencia —dijo el sabio—, he encontrado una solución para su problema. He descubierto un tesoro que ningún otro emperador ha tenido.
—¿De qué tesoro hablas? —preguntó el emperador.
—Es el tesoro del Dragón de Jade, una criatura mágica que vive en las profundidades del bosque encantado. El dragón guarda un tesoro tan grande que ni siquiera te lo puedes imaginar.
—¿Cómo sabes que este tesoro existe? —preguntó el emperador, escéptico.
—He leído antiguos textos que hablan de él. Además, tengo un mapa que me llevará a su guarida.
El emperador se sintió emocionado por primera vez desde hacía mucho tiempo.
—Muy bien, sabio. Te daré todo lo que quieras si me traes ese tesoro.
El sabio aceptó encantado y, sin perder tiempo, se puso en camino hacia el bosque encantado. Pero, antes de partir, el anciano sabio le pidió al emperador un perro mágico que lo auxilie en la búsqueda y al emperador, para tener más posibilidades de éxito le regaló dos perros mágicos. Pero no eran cualquier tipo de perros: eran los famosos Corgis de la realeza británica, que habían sido traídos al oriente por un mercader durante una de sus travesías comerciales.
El sabio sabía que la búsqueda sería peligrosa, por eso decidió llevar consigo también un puñal en señal de protección. Durante su camino hacia el bosque, los dos Corgis empezaron a correr adelante y atrás, encantados de haber sido liberados de su vida sedentaria en el palacio. Llegaron al borde del bosque y, aunque algo nervioso por el peligro que presentaba, el sabio siguió adelante.
De repente, apareció una anciana en su camino.
—¿A dónde vas, sabio? —preguntó la anciana.
—Busco el tesoro del Dragón de Jade.
—No lo encontrarás, es demasiado peligroso. Si insistes en buscarlo, choca tus manos una vez y repite tres veces la palabra «protección».
—Gracias —dijo el sabio, y así lo hizo.
Siguió caminando y, a medida que avanzaba, notó que el bosque se volvía más y más frondoso. Pero de repente, escuchó un sonido extraño y sobresaltado. Los dos Corgis estaban ladrando hacia un árbol en particular. Parecía que habían detectado algo extraño en el árbol en cuestión.
El sabio se acercó al árbol y vio a un dragón durmiendo en su base. A su lado, un enorme tesoro brillaba con un resplandor espectacular. El sabio tuvo miedo al principio, pero después se dio cuenta de que el dragón estaba profundamente dormido y decidió intentarlo. Con delicadeza, tomó la espada que llevaba consigo y trazó un círculo alrededor de la bestia. Una vez que completó el círculo, pronunció varias palabras místicas y el dragón quedó atrapado en una barrera mágica. El sabio pudo entonces tomar el tesoro sin ser molestado por el dragón.
La búsqueda había sido increíblemente exitosa, el sabio había logrado encontrar el tesoro más grande que cualquier emperador hubiera anhelado.
De regreso en la ciudad, el emperador estaba extasiado con el hallazgo del tesoro y quiso pagarle generosamente al sabio. Pero el viejo, pidió unicamente quedarse con uno de los perros Corgis, pues le había gustado mucho su compañía en el bosque durante la búsqueda del tesoro. El emperador, a regañadientes, le otorgó tan insólito pedido.
Y el sabio regresó feliz a su hogar con la conclusión de una aventura mágica y sorprendente, habiendo descubierto el tesoro más valioso de todos: la amistad fiel y leal de su nuevo perro Corgi, que lo acompañó siempre en sus aventuras y en el recuerdo de la gran acierto que fue encontrar el tesoro del dragón de Jade.