El Viaje de Papá Noel al Reino de las Nieves

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El Viaje de Papá Noel al Reino de las Nieves
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El Viaje de Papá Noel al Reino de las Nieves. Érase una vez, en un lugar muy lejano, un reino cubierto completamente por nieve llamado el Reino de las Nieves. Allí vivían hombres y mujeres de piel blanca y ojos azules, que jamás habían experimentado el calor del sol ni el palpitar del mar. Pero a pesar de ello, eran gente feliz y agradecida por contar con un lugar en el que sobrevivir cada invierno.

En este reino, vivía un hombre muy especial… Papá Noel. ¿Quién no ha oído hablar de él? Era el encargado de repartir los regalos a los niños y niñas de todo el mundo, y en Navidad se le puede encontrar en el Polo Norte, supervisando la fabricación de todos los juguetes junto a sus elfos.

Pero aquel año, algo era diferente. Papá Noel había decidido que era hora de visitar el Reino de las Nieves. Había oído que allí también había niños y niñas esperando sus regalos y quería conocer a aquellos habitantes que tanto lo intrigaban.

Así que, cargado con los regalos que había preparado para ellos, se subió a su trineo junto a sus renos y viajó hasta el reino cubierto de nieve.

Cuando llegó, se sorprendió al ver que el pueblo estaba completamente desierto. No había ni un alma en las calles. Pero, después de un rato, escuchó un sonido que provenía de una pequeña choza. Fue a investigar y encontró a un anciano en su interior, que de inmediato se levantó para saludar a Papá Noel.

El anciano le explicó que todos los habitantes del Reino de las Nieves estaban escondidos, porque había un terrible y legendario monstruo que aparecía cada Navidad y robaba todos los regalos que habían sido dejados para ellos. Solían entregar una pequeña porción de comida al monstruo como ofrenda, una especie de pacto para que no atacara a nadie, pero ese año parecía que no había sido suficiente.

Papá Noel se sintió terriblemente triste al oír esto. ¿Cómo podía ser que los niños no recibieran sus regalos en Navidad? Así que decidió que él mismo saldría fuera para enfrentarse al monstruo y asegurarse de que los juguetes llegaran a su verdadero destino.

Después de mucho andar, llegó el momento en que divisó al monstruo. Era gigantesco, y tenía tantos ojos que Papá Noel no sabía cuántos contabilizar. Pero aquel ser parecía estar durmiendo, así que Papá Noel aprovechó para robarle los regalos que había en su cueva.

Pero justo cuando estaba a punto de escapar, el monstruo se despertó. Empezó a temblar y a bostezar, y Papá Noel temió por su integridad física. Pero el anciano del pueblo tenía razón: el monstruo era solamente una fiera que se alimentaba de juguetes. Así que cuando vio que Papá Noel llevaba en su trineo los que había robado, no dudó en intercambiarlos por una simple taza de chocolate caliente.

Papá Noel y los pequeños habitantes del Reino de las Nieves estaban eufóricos. Había sido una misión muy arriesgada, pero habían logrado salvar la Navidad. Los niños y niñas recibieron sus regalos con una enorme sonrisa, y Papá Noel se fue sintiendo muy feliz de haber cumplido su tarea.

Y así, cada año, volvió al Reino de las Nieves para entregar los regalos. Ya no tenía que luchar contra el monstruo, ya que había establecido un trato con él, y todos los habitantes de aquel pequeño pueblo lo saludaban con alegría.

Y aunque todo perpetuaba ser siempre igual, a Papá Noel le gustaba dar una sorpresa en cada visita: pensaba nuevos regalos y entretenimientos cada año, para que los niños y niñas no pierdan nunca la ilusión de tener nuevas experiencias. Y, sobre todo, para que la Navidad siempre se mantenga viva en su corazón.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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