La casa del cementerio de la oscuridad eterna. Érase una vez un pequeño pueblo enclavado en medio de un hermoso valle, rodeado de altas montañas y cubierto por un extenso bosque que parecía extenderse hasta el mismísimo horizonte. Este pueblo estaba gobernado por un hombre sabio y justo que había logrado mantener la paz y la armonía en su comunidad durante muchos años.
Pero un día, algo extraño sucedió en el pueblo. Un grupo de jóvenes que había salido de cacería en el bosque, desapareció sin dejar rastro. Los habitantes del pueblo se preocuparon y comenzaron a organizar grupos de rescate para encontrar a los jóvenes desaparecidos. Pero a pesar de sus esfuerzos, no hubo éxito.
Los días se hicieron más oscuros, el pueblo se cubrió de una fina niebla que duró varios días, las noches se hicieron más largas, y el misterio de la desaparición de los jóvenes aún no había sido resuelto.
Un día, un pequeño niño llamado Tomás, se aventuró en el bosque en busca de aventuras. Pero mientras caminaba, una niebla espesa comenzó a formarse a su alrededor y, antes de que pudiera darse cuenta, quedó atrapado en lo que parecía ser una densa cueva.
El pequeño Tomás estaba asustado y no sabía qué hacer. Miró a su alrededor y vio algo que lo dejó atónito: una casa de cementerio en el medio de una llanura oscura y desolada. No se atrevió a entrar, pensando en la gente desaparecida del pueblo. De repente, un hombre apareció en la entrada. Era un hombre extraño, delgado y alto, con una sonrisa siniestra y malvada en su rostro.
– ¿Qué haces aquí, pequeño? -preguntó el hombre misterioso.
– Me perdí en la niebla -respondió el niño temblando de miedo- ¿Dónde estoy?
– Has llegado a la casa del cementerio de la oscuridad eterna -dijo el hombre misterioso- Este no es un lugar para niños. Pero ya que estás aquí, puedes quedarte si lo deseas. Pero te advierto que si entras, no hay vuelta atrás.
El pequeño Tomás estaba asustado, pero no quería quedar atrapado en la oscuridad para siempre. Decidió entrar en la casa. La casa era tenebrosa, con paredes frías y húmedas. Las habitaciones eran pequeñas y estrechas, y el aire estaba cargado de un olor rancio y desagradable. Pero el niño no podía salir, así que decidió explorar la casa.
En una de las habitaciones encontró una puerta cerrada con llave. Trató de abrirla, pero no pudo. Entonces escuchó algo en la habitación de al lado, como si alguien estuviera llorando. Era una mujer joven, ella también estaba atrapada en la casa. Su nombre era Isabel, y se había perdido en la niebla hace muchos años. Le contó a Tomás que el hombre misterioso era un brujo que había atrapado a todos los que se aventuraron en la casa del cementerio.
Isabel y Tomás decidieron trabajar juntos para escapar de la casa del cementerio. Encontraron una ventana rota en la habitación de al lado y saltaron por ella, corriendo hacia la niebla densa. Escucharon al hombre misterioso corriendo detrás de ellos, pero finalmente lograron escapar de su alcance.
El pequeño Tomás y las otras personas desaparecidas del pueblo finalmente pudieron regresar a casa con sus familias gracias a la valentía y los esfuerzos de Isabel y Tomás. Juntos, advirtieron a otros niños y personas del pueblo de los peligros de la casa del cementerio de la oscuridad eterna, evitando que otros cayeran en la trampa del brujo malvado.
En honor al valiente joven que había logrado escapar de la casa del cementerio, el pueblo celebró una gran fiesta, en la que todos disfrutaron de la música y la comida, dando gracias por el regreso de los jóvenes que habían desaparecido. Tomás se sintió feliz de haber ayudado y de haber logrado escapar de la casa del cementerio. Prometió nunca volver a aventurarse en un lugar peligroso de nuevo.
Y así, el pueblo volvió a estar en paz. La niebla se desvaneció, las noches se hicieron más cortas y las estrellas brillaron en el cielo. La casa del cementerio de la oscuridad eterna permaneció en su lugar, sin embargo, nadie volvió a aventurarse allí, y nunca más hubo otra desaparición en el pueblo.
FIN.