La casa del cementerio de las almas en pena. Érase una vez, en una pequeña y acogedora aldea, una casa abandonada. La gente del pueblo la conocía como “La casa del cementerio de las almas en pena”. Se decía que allí vivían los espíritus de todos aquellos que habían fallecido en circunstancias misteriosas. Nadie se atrevía a entrar en ese lugar, pues se creía que los espíritus que habitaban allí podían poseer a los seres humanos que osaran entrar en su territorio.
Un día, un grupo de niños y niñas se encontraron jugando cerca de la casa. A pesar de las advertencias de los mayores, decidieron aventurarse dentro. Cuando entraron en la casa, se encontraron en un pasillo oscuro y polvoriento. Oían risas y gemidos que parecían provenir de todas partes. Se asustaron mucho, pero decidieron seguir adelante.
De repente, las puertas se abrieron de par en par y apareció un ser espeluznante con cadenas y grilletes que se arrastraba hacia ellos. Era el espíritu del hombre que había habitado en esa casa y había muerto trágicamente. Los niños y niñas lograron huir del espíritu y regresaron a casa corriendo.
Mientras tanto, en el pueblo, todos estaban muy asustados por lo que había sucedido. Decidieron pedir la ayuda de un anciano sabio que había vivido en la aldea por muchos años. El anciano, llamado Don Miguel, se presentó en la casa del cementerio de las almas en pena y entró sin miedo. Al caminar por los pasillos, llegó a una habitación donde encontró algo increíble: los espíritus de los que allí habitaban estaban en paz. Allí eran felices, hablaban, reían y contaban chistes. Habían encontrado la paz.
Don Miguel entendió entonces que los espíritus deseaban comunicar a la gente del pueblo que no debían temerlos, que ellos estaban felices dentro de la casa y que eran simplemente almas que se habían desprendido de su cuerpo para atravesar una dimensión diferente.
El sabio anciano entonces decidió contar sus descubrimientos a los niños y niñas que estaban muy asustados después de su aventura en la casa. Les explicó que esperar a que los espíritus se comunicaran pacífica y abiertamente. Les dijo que dejaran de tener miedo, porque no había nada que temer en realidad.
La noticia se corrió rápidamente en el pueblo y pronto todos comprendieron lo mismo que el sabio anciano había descubierto. Los habitantes comenzaron a visitar la casa del cementerio de las almas en pena con más frecuencia. Los siguientes días, las puertas se abrían sin que se requiriera de ningún esfuerzo; la gente comenzó a interactuar con los espíritus y a compartir anécdotas. Todos comenzaron a tener una amistad y comprensión entre los mundos vivos y los muertos.
Desde ese día, los niños y niñas acudían a la casa del cementerio de las almas en pena, que ahora era un lugar en el que los espíritus rosaban con los humanos en paz y armonía. La casa se convirtió en un lugar de culto, peregrinaciones y visitas donde los vivos celebraban la vida y el paso por la vida mientras los espíritus conversaban y demostraban su gratitud y cariño hacia los mortales.
Y así, la casa del cementerio de las almas en pena, dejó de ser un lugar tenebroso donde las sombras y los miedos acechaban a los vivos para convertirse en un lugar de paz al que se acudía para pedir ayuda y encontrar consuelo en convivir juntos.