La casa del cementerio de las tinieblas infinitas. Érase una vez, en La casa del cementerio de las tinieblas infinitas, un grupo de amigos que se llamaban Mía, Juan, Sofía y Mateo. Ellos eran muy intrépidos y siempre estaban buscando aventuras y misterios por descubrir.
Un día, mientras jugaban en el parque, vieron una casa muy extraña en lo alto de una colina. Tenía la fachada negra, grandes ventanales y parecía que estaba abandonada. Los niños se acercaron y una fuerza mágica los atrajo hacia adentro.
Cuando entraron en la casa, una neblina negra los envolvió y los hizo temblar de miedo. Pero pronto se dieron cuenta de que estaban en un lugar muy especial, lleno de maravillas y sorpresas.
Cada una de las habitaciones estaba decorada de una forma diferente, algunas parecían sacadas de un cuento de hadas y otras llenas de colores brillantes. Pero lo más curioso de todo era que las puertas y ventanas no llevaban a ninguna parte.
Mía, Juan, Sofía y Mateo se adentraron en una de las habitaciones con uno de los muebles más grandes que habían visto. Era una cama enorme con dosel, y cuando quisieron salir por la puerta, descubrieron que su camino estaba bloqueado por una nube de humo negro.
De repente, una extraña figura apareció en la habitación. Era un pequeño hombrecillo, al que los niños le costaba ver bien debido a la niebla. El hombrecillo les habló con una voz chirriante y les explicó que aquella casa era una casa mágica, y que cada una de las habitaciones era un mundo diferente.
Mía, Juan, Sofía y Mateo agradecieron al hombrecillo y comenzaron a explorar la casa. En una habitación encontraron una piscina de bolas de colores, en otra un campo de fútbol y en la siguiente una casa de muñecas.
Pero cuando llegaron a la última habitación, todo cambió. En ella, todo parecía oscuro y tenebroso, y las paredes parecían estar vivas. Los niños se asustaron un poco, pero el hombrecillo apareció de nuevo y les dijo que no se preocupasen, que esta habitación era esencial para poder salir de la casa.
Los niños se asomaron a una ventana que daba a la colina, pero solo vieron la niebla negra. De repente, escucharon un ruido muy extraño y vieron que el suelo se movía debajo de sus pies.
De repente, algo les arrojó al suelo y se abrió una puerta gigante en el suelo. Bajaron por unos escalones y se encontraron en un gran salón. El salón estaba lleno de lápidas y de esqueletos, los niños comenzaron a asustarse.
El hombrecillo llegó en ese momento y les explicó que habían llegado al cementerio que estaba debajo de la casa. Pero les recordó que era un lugar muy especial, y que la magia del cementerio era el espacio donde los seres queridos descansaban en paz.
La niebla desapareció y en ese momento, se dieron cuenta de que la neblina era la forma en que el cementerio protegía a sus difuntos. La neblina se convirtió en una de las cosas más hermosas que habían visto, con colores brillantes y formas diferentes.
Mía, Juan, Sofía y Mateo entendieron que la magia del cementerio y la casa era muy hermosa, y que aunque a veces daba miedo, era un lugar muy especial donde podían encontrar maravillas.
Finalmente, el hombrecillo los guió de vuelta a la puerta de la casa y los dejó salir al parque. Los niños se juntaron y hablaron sobre todo lo que habían visto y cómo habían sentido el amor que se escondía en las paredes de la casa.
Desde entonces, siempre que pasaban por delante de la casa, sentían cómo el cementerio los custodiaba y les protegía, y sintieron un profundo cariño por aquel lugar mágico.
Aquella noche, cuando se fueron a dormir, soñaron con la casa del cementerio de las tinieblas infinitas, con el hombrecillo y el misterio que habían descubierto. Y mientras dormían, la magia se extendió por todo el mundo.