La casa del laberinto de la condena. Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivía un grupo de amigos llamados Ana, Marcos, Sofía y Diego. Todos ellos eran muy aventureros y les encantaba explorar todos los rincones de su pueblo. Pero escucharon un gran misterio, algo en lo que jamás se habían aventurado, un lugar que pocos se atrevían a explorar: La casa del laberinto de la condena.
Este sitio era conocido por ser tenebroso y estar lleno de trampas y peligros. Se decía que quien se aventuraba allí, jamás volvía a salir. Pero los cuatro amigos no podían resistirse a la curiosidad y la idea de explorarlo les atraía cada vez más. Así que, un día, se reunieron en la plaza del pueblo y sin pensarlo dos veces, se aventuraron al bosque que rodeaba la casa del laberinto.
Cuando llegaron a la entrad de la casa se encontraron con una enorme pared que se extendía hacia arriba. Era muy alta y no dejaba ver nada más allá de ella. Al acercarse, encontraron una puerta con una extraña inscripción que decía «Solo los más valientes se atreven a entrar». Así que, sin pensarlo dos veces, decidieron cruzar la puerta.
Nada más entrar, se encontraron en un enorme jardín lleno de caminos interminables. Parecía un laberinto sin fin. Se adentraron en él, siguiendo el camino que encontraban a su paso. Pero conforme avanzaban, todo se volvía más oscuro y tenebroso.
De repente, escucharon un ruido muy extraño. Parecía como si alguien los estuviera siguiendo. Se giraron rápidamente, pero no había nadie. Sin embargo, al seguir caminando, cada vez el ruido era más cercano. Hasta que vieron, justo en frente de ellos, una puerta enorme, casi del tamaño de la pared de entrada a la casa del laberinto. Parecía salpicada de oro y en ella había una inscripción que decía «La llave de la libertad».
Los cuatro amigos se miraron, sabían que tenían que abrirla para poder encontrar el camino de regreso. Pero la puerta estaba cerrada y no podían abrirla. Fue entonces cuando escucharon de nuevo ese ruido extraño y vieron cómo unas sombras se acercaban hacia ellos. De pronto, se dieron cuenta de que estaban rodeados por unas criaturas extrañas que nunca antes habían visto.
«¿Quiénes son ustedes?», preguntó Ana valientemente. «Somos los guardianes del laberinto pero hemos sido engañados por el señor de las tinieblas, quien quiere atrapar a todo aquel que lo desafíe», respondió una de las criaturas. «¿Cómo podemos salir de aquí?», preguntó Marcos. «Necesitan encontrar la llave de la libertad. El señor de las tinieblas la esconde en algún lugar de este laberinto. Si la encuentran, podrán salir de aquí», dijo la criatura finalmente.
Los cuatro amigos se pusieron en busca de la llave, caminando por aquel laberinto sin fin, esquivando trampas, saltando obstáculos, hasta que finalmente, llegaron ante la puerta que estaba rodeada de oro. Allí estaba la llave escondida, una pequeña llave que se encontraba en una pequeña cajita dorada. La tomaron con cautela y la introdujeron en la cerradura. La puerta se abrió sola ante ellos y pudieron ver el camino de regreso.
Los cuatro amigos salieron del laberinto con la llave en la mano y la cabeza en alto. Habían vencido al miedo y habían descubierto que la valentía y la amistad eran las armas más poderosas para cualquier aventura. Desde entonces, exploran nuevos lugares juntos, y nunca olvidan que siempre valdrá la pena enfrentarse a la oscuridad con las personas que aman.