La casa del laberinto de la desolación. Érase una vez, en una pequeña ciudad rodeada de montañas, un niño llamado Lucas que había oído hablar de una casa mágica perdida en el bosque del laberinto de la desolación. Nadie sabía exactamente cómo llegar hasta allí, pero se decía que si alguien lo conseguía, una sorpresa increíble estaría esperando para él.
Lucas, con su característica curiosidad, no podía dejar de pensar en ese misterioso lugar y decidió que era hora de investigar más a fondo. Así que un día, cuando todo el mundo estaba ocupado con sus asuntos, se escapó rumbo al bosque para encontrar la casa embrujada.
Al principio, el bosque parecía un lugar agradable. La luz del sol filtrada a través de las hojas de los árboles, y podías escuchar el canto de los pájaros a lo lejos. Sin embargo, a medida que avanzaba, las cosas empezaron a ponerse más difíciles.
El camino se volvió cada vez más sinuoso y pronto Lucas se encontró frente a un laberinto sombrío y retorcido. Giró a la izquierda, luego a la derecha y después a la izquierda de nuevo, pero parecía que estaba perdido en una maraña de caminos que se bifurcaban una y otra vez. Además, la luz del sol había desaparecido y el bosque estaba ahora más oscuro y silencioso.
Finalmente, después de mucho tiempo, Lucas se encontró delante de la casa del laberinto de la desolación. Era muy diferente de lo que se esperaba: tenía un techo muy alto, puertas grandes como las de un castillo, y varias ventanas con cristales de colores brillantes. Además, estaba rodeada de un jardín lleno de flores extrañas y arbustos retorcidos que parecían tener vida propia.
Lucas estaba asombrado. Se había preparado para la casa más tenebrosa del mundo, pero en su lugar había encontrado algo que parecía sacado de un cuento de hadas. Tomó un momento para recuperarse y luego, decidido a ver qué había dentro, se acercó a la puerta principal.
Al hacerlo, una voz suave pareció surgir de la nada: «¿Quién eres y por qué has venido aquí?»
Lucas se sobresaltó de la sorpresa: ¿Quién había hablado? ¿Era la casa? ¿O se trataba de alguna ilusión que creaba su mente?
Pero la voz volvió a hablar: «No tengas miedo, Lucas. Soy la casa del laberinto de la desolación y he estado esperando a alguien como tú durante mucho tiempo».
Lucas abrió la boca para preguntar cómo hablaba la casa, pero antes de que pudiera decir una palabra, la puerta se abrió de repente y una mujer alta, con una capa negra y un sombrero de copa, apareció en su interior. Tenía una sonrisa amistosa en el rostro y llevaba un bastón en la mano.
«Bienvenido», dijo la mujer. «Mi nombre es Morgana y soy la dueña de esta casa. ¿Quieres conocerla?»
Lucas asintió, todavía en shock por el hecho de que la casa le hubiera hablado. Morgana le ofreció la mano y lo condujo por un laberinto de pasillos, escaleras y habitaciones con sombras misteriosas. A lo largo del camino, Lucas vio cosas increíbles: un jardín interior con flores gigantes, un salón con un piano que tocaba solo, una biblioteca con libros antiguos y un comedor cuyas paredes estaban revestidas de platos dorados.
En cada habitación, Morgana le contaba historias sobre la casa y su pasado: cómo se creyó que fue construida por un mago, cómo se convirtió en una escuela para jóvenes aprendices de magia, o cómo la noche anterior, los objetos de la casa cobraban vida y celebraban una fiesta. La imaginación de Lucas volaba mientras escuchaba, y se sintió más y más emocionado por tener la oportunidad de explorar la casa por completo.
Finalmente, llegaron a la parte trasera de la casa, donde había un jardín trasero enorme, con un lago cristalino en su centro, rodeado de árboles de sauco que parecían más altos que cualquier cosa que Lucas hubiera visto antes. Junto al lago, había una pequeña choza que parecía haber sido fabricada a mano en la esa ciudad. Morgana le dijo que le contaría su última historia: «Había una vez un joven muy curioso que encontró el camino hacia esta casa, como tú. Dentro, conoció a una bruja muy poderosa llamada Morgana, igual que yo», dijo ella, guiñándole un ojo a Lucas. «Esa Morgana le ofreció un trato y él aceptó. A cambio de un puñado de semillas de sauco, ella le dio el conocimiento y la sabiduría de todos los magos que habían estudiado en esta casa en el pasado».
Lucas se quedó boquiabierto: él también quería saber todo lo que Morgana tenía que enseñarle. Y así, con un corazón lleno de emoción, sacó las semillas de sauco que había traído consigo y se las ofreció a Morgana.
Ella aceptó las semillas con una sonrisa y, en silencio, las plantó en una maceta. Luego le guio alrededor del lago, para ver su fuente de energía. Como la noche iba llegando, Morgana le explicó cómo la casa tomaba vida y como ella la mantenía.
A partir de ese momento, Lucas se quedó en la casa del laberinto de la desolación por un tiempo más, aprendiendo todo lo que pudiera sobre el arte mágico. A veces iba a buscar elementos para la casa en el bosque y siempre regresaba con las cosas más extrañas y fascinantes que se pudieran imaginar. Otras veces, exploraba las profundidades de la casa, practicando hechizos y aprendiendo más de la historia de sus antiguos habitantes.
Finalmente, después de haber aprendido todo lo que Morgana pudo enseñarle, Lucas se despidió de ella y de la casa, con la seguridad de que siempre iba a guardar un cálido lugar en su corazón. Y aunque nunca sabría realmente si lo había imaginado todo, o si la casa le había dado la bienvenida, estaba seguro de que había encontrado algo muy especial y, finalmente, había podido resolver el misterio de la casa mágica perdida.