La casa del susto de Halloween. Érase una vez, en un pequeño pueblo llamado Salem, una casa abandonada que todos conocían como «La Casa del Susto». Los niños del pueblo hablaban de ella en voz baja y se contaban historias de miedo sobre lo que podía estar escondido en sus oscuras habitaciones. Se decía que en esa casa vivían fantasmas y monstruos espeluznantes que aparecían solo en la noche de Halloween.
Los niños del pueblo estaban emocionados por la noche de Halloween, querían ir a pedir dulces y contar historias en las casas decoradas con calabazas, excepto la casa del susto. Nadie se atrevía a acercarse a esa casa, mucho menos entrar por la puerta. Se decía que quien se atreviera a entrar, nunca volvería a ser visto.
Sin embargo, había un niño llamado Tomás, que no tenía miedo de nada, y siempre estaba buscando aventuras nuevas. Él sabía que tenía que entrar en la casa del susto para descubrir lo que se escondía detrás de sus muros. Tomás tenía una idea loca de preguntarle a su amigo, el fantasma que vivía en su casa, si le podía ayudar a entrar en la casa del susto. Por supuesto, su amigo, el fantasma, aceptó de inmediato porque quería saber qué era lo que hacía a esa casa tan misteriosa y aterradora.
Llegó la noche de Halloween y Tomás y el fantasma se pusieron sus disfraces y se dirigieron a la casa del susto. Mientras caminaban hacia ella, Tomás empezó a sentir un poco de miedo, pero el fantasma lo tranquilizó diciéndole que él estaría allí para protegerlo. Con valentía, Tomás abrió la puerta y entró en la casa del susto, con el fantasma siguiéndolo de cerca.
A medida que avanzaban por la casa, escuchaban ruidos extraños. Los pasos resonaban en el suelo y las sillas se movían solas, pero Tomás y el fantasma no se detuvieron. Finalmente, llegaron a una puerta cerrada que parecía ser la puerta de entrada a la habitación secreta de la casa del susto. Tomás agarró el pomo de la puerta con valentía y lo giró. La puerta se abrió lentamente para revelar una habitación oscura y un largo pasillo lleno de puertas cerradas.
Tomás y el fantasma caminaron por el pasillo y encontraron una llave en el suelo. Tomás la recogió y la usó para abrir la primera puerta que se interpuso en su camino. Detrás de esa puerta, descubrieron un cuarto lleno de telas de araña y murciélagos colgando del techo. La habitación tenía un misterioso olor a humedad y un ligero escalofrío recorrió el cuerpo de Tomás.
Pero su curiosidad no disminuyó, así que siguieron abriendo puertas y descubriendo nuevos secretos en la casa del susto. Encontraron habitaciones llenas de esqueletos, una sala llena de brujas y una cocina donde se oían risas de payasos.
De repente, escucharon un ruido extraño detrás de una puerta. Tomás se asustó y miró al fantasma con temor, pero el fantasma le dio una mirada tranquilizadora y abrió la puerta con valentía. Allí, encontraron una amable pareja de ancianos que les explicaron que habían comprado la casa del susto hacía tiempo y que la habían restaurado para que se convierta en una casa segura y acogedora para la noche de Halloween. Habían estado poniendo disfraces y haciendo ruidos extraños para asustar a los niños, e incluso habían contratado a actores para que se disfrazaran de monstruos.
Tomás y el fantasma se quedaron sorprendidos, no podían creer que todo lo que habían escuchado y visto en la casa del susto no era más que un disfraz. Los niños del pueblo habían sido engañados por la pareja de ancianos y su casa del susto.
La pareja de ancianos se disculpó por asustar a los niños del pueblo y les prometió que nunca volverían a hacerlo. Tomás y el fantasma se despidieron de ellos con una sonrisa aliviada y regresaron al pueblo con una nueva historia que contar sobre la casa del susto y cómo no todo era lo que parecía allí.
A partir de ese día, la casa del susto en Salem se convirtió en el lugar más popular de todo el pueblo para la noche de Halloween. Todos los niños del pueblo visitaban a la pareja de ancianos y disfrutaban de los dulces mientras se disfrazaban y se tomaban fotos con los «monstruos» de la casa del susto.
Así, la casa del susto de Salem se convirtió en un lugar lleno de risas y diversión, donde la gente se reunía para compartir historias de miedo y celebrar la noche de Halloween. Y Tomás, el niño valiente que no tenía miedo de nada, se convirtió en el héroe del pueblo por haber ayudado a descubrir el secreto detrás de la casa del susto.