La casa embrujada del cementerio. Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un misterioso cementerio abandonado en el que se levantaba una casa embrujada. Durante muchos años, nadie se atrevió a acercarse, ya que decían que allí habitaban monstruos y espíritus malvados.
Pero un día, un grupo de niños valientes decidió explorar la casa embrujada del cementerio. Entre ellos se encontraba Martín, un niño curioso e intrépido que, a pesar de los miedos de sus amigos, quería descubrir qué había detrás de esas paredes llenas de polvo y telarañas.
Así que una tarde, cuando el sol se estaba ocultando detrás de las colinas, Martín y sus amigos se acercaron al cementerio. El viento soplaba fuerte y las hojas secas crujían bajo sus pies. La casa embrujada se alzaba ante ellos, con sus ventanas rotas y sus puertas chirriantes.
—No tengáis miedo, chicos —les animó Martín—, vamos a descubrir qué hay dentro.
Empujaron la puerta y entraron. El interior estaba oscuro y olía a humedad. Las telarañas colgaban del techo y el polvo cubría todo. Los niños avanzaban con precaución, sin hacer ruido para no despertar a los posibles monstruos.
De repente, uno de ellos tropezó con algo que había en el suelo. Era una vieja caja de madera, llena de polvo y telas de araña. Martín la abrió con cuidado, y descubrió que en su interior había un viejo diario.
—¡Miren lo que encontré! —gritó Martín, enseñando a sus amigos el diario.
Lo abrieron y comenzaron a leer. Contaba la historia de una familia que había vivido en la casa embrujada, y cómo habían desaparecido misteriosamente. También hablaba de un tesoro escondido en algún lugar de la casa.
—¡Genial! ¡Un tesoro! —exclamó Martín con entusiasmo—. ¡Vamos a buscarlo!
Los niños se dividieron por grupos y empezaron a buscar por toda la casa. Registraron las habitaciones, los armarios, las mesas y los cajones, pero no encontraron nada. Parecía que el tesoro se había esfumado.
De repente, oyeron un ruido extraño que venía del patio trasero. Se miraron con temor, pero Martín no se dejó vencer por el miedo.
—Vamos a ver qué es eso —dijo, y los demás asintieron.
Cuando salieron al patio, encontraron a un perro callejero que estaba atrapado en una trampa para animales. El pobre animal aullaba de dolor, y nadie se había dado cuenta de su presencia. Los niños se acercaron con cuidado, intentando no asustarle.
—Tenemos que ayudarlo —dijo Martín—. ¿Alguien tiene una herramienta para desatarlo?
Ninguno de los niños llevaba herramientas encima, pero afortunadamente, Martín había traído una navaja suiza. Con cuidado, desató al perro y lo sacó de la trampa. El animal, agradecido, se acurrucó a su lado.
De repente, la casa empezó a vibrar y a temblar como si hubiera un terremoto. Los niños se agarraron a lo que tenían a mano, y el perro se aferró a Martín con todas sus fuerzas. El suelo se abrió bajo sus pies, y todos cayeron en una habitación secreta que no aparecía en los planos de la casa.
—¡Hemos encontrado el tesoro! —exclamó Martín, mirando alrededor de la habitación.
Había cajas llenas de monedas de oro y joyas, pero también había algo mucho más importante: unos documentos que explicaban que la familia que había vivido allí había sido víctima de un robo por parte de unos bandidos. El tesoro que había sido robado desde su casa había sido escondido aquí en la habitación secreta.
—Esto debería ser entregado a la policía para que lo devuelvan a su legítimo propietario —dijo Martín—. Este es el verdadero tesoro.
Así que los niños rescataron el tesoro de la casa embrujada del cementerio, pero también salvaron a un perro necesitado. Desde ese día, la casa ya no parecía tan embrujada, y los niños habían descubierto que la valentía y la curiosidad a veces pueden llevar a los tesoros más valiosos. Y lo más importante, habían aprendido que siempre hay que ayudar a los necesitados, ya sean perros atrapados o personas en peligro.