La conejita y el tesoro de la isla. Érase una vez una pequeña conejita llamada Coni, quien vivía en un prado rodeado de hermosos árboles y flores de colores. A ella le encantaba saltar y correr por el prado, pero siempre había deseado explorar lugares más allá de su hogar. Un día, mientras estaba explorando el bosque, Coni encontró un mapa que la llevó hasta una isla misteriosa donde se rumoreaba que se encontraba un tesoro.
El mapa era difícil de entender, pero Coni no se dejó desanimar por eso. Sabía que debía seguir su corazón y aventurarse en la búsqueda del tesoro de la isla. Así que, empacó algunas zanahorias, su linterna y partió en dirección a la orilla del océano.
Cuando llegó a la orilla, Coni descubrió que no tenía bote ni barco para navegar. Entonces, decidió construir uno, usando los troncos de árboles que encontró en la playa. Coni era ingeniosa, así que con paciencia y dedicación, logró construir su propio barco.
Después de un largo viaje en el barco, finalmente llegó a la isla. Al salir del barco, notó que la isla era mucho más grande de lo que parecía en el mapa, por lo que decidió comenzar su búsqueda por el centro de la isla.
Mientras caminaba, Coni vio muchas cosas interesantes: cocoteros, cactus gigantes y cuevas insondables. Pero la más sorprendente fue una cascada enorme que desembocaba en un río cristalino. En la base de la cascada, había una entrada a una cueva que parecía conducir a algún lugar misterioso.
Coni dudó por un momento, pero finalmente decidió aventurarse en la cueva. A medida que avanzaba, se dio cuenta de que la cueva estaba llena de trampas peligrosas. Saltó y se deslizó con cuidado para evitar que la trampa la hiciera caer. Al final de la cueva, encontró una puerta de piedra que la condujo a una habitación vacía, a excepción de un cofre grande.
Animada por la posibilidad de encontrar el tesoro, Coni avanzó hacia el cofre. Pero cuando lo intentó abrir, se dio cuenta de que estaba cerrado. Desanimada y cansada, se sentó a pensar en cómo podría abrir el cofre. Después de pensar por un tiempo, recordó que había visto una llave cerca de la entrada de la cueva.
A pesar de las trampas en la cueva, Coni decidió volver sobre sus pasos para buscar la llave. Después de unas cuantas dificultades para llegar, finalmente encontró la llave y regresó emocionada a la habitación donde se encontraba el cofre. La llave encajó en la cerradura del cofre y Coni la giró.
De repente, la habitación se iluminó con luz dorada y se escuchó un estruendo de la cascada. Ante sus ojos sorprendidos, apareció un hermoso tesoro lleno de monedas de oro y piedras preciosas de colores.
Coni no podía creer su suerte y tomó un puñado de monedas de oro y se las puso en su bolsillo. Luego, mirando hacia el tesoro, recordó lo contenta que estaba con su vida en el prado, sin necesidad de lujos, y decidió dejar todo el tesoro en su lugar. Coni recordó que había hecho nuevos amigos en el camino y pensó que, en vez de vivir una vida llena de riquezas, prefería continuar compartiendo su felicidad en el prado.
Coni, feliz por haber hecho lo correcto, regresó a su hogar en el prado, sabiendo que había vivido una gran aventura y que había aprendido una gran lección sobre la verdadera riqueza. Agradeció al mapa que había encontrado y llevó consigo la llave como recuerdo de su aventura.
A partir de ese día, Coni es conocida en el prado como la conejita más valiente. Y cuando los niños y niñas del prado le preguntan sobre su tesoro, ella responde: «Mi mayor riqueza es la felicidad de estar rodeada de amigos y de vivir rodeada por la belleza de la naturaleza».
Y así, la pequeña conejita compartió su aventura con todos sus amigos, y aprendió el verdadero significado de la amistad y la felicidad. Desde ese día en adelante, siempre recordó que la verdadera felicidad no se mide en oro ni en joyas, sino en los momentos compartidos con aquellos que amamos.