La fiesta de los dulces de Halloween. Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Dulcelandia, había una tradición que se celebraba todos los años en el mes de octubre, la Fiesta de los Dulces de Halloween. Todos los niños y niñas esperaban con ansias este evento, ya que era el momento en el que podían disfrazarse, jugar, cantar y por supuesto, comer todos los dulces que pudieran.
Los días previos a la fiesta, los vecinos de Dulcelandia decoraban sus casas con fantasmas, brujas y calabazas, y se preparaban para recibir a los pequeños monstruos que irían a pedir dulces de casa en casa.
En esta ocasión, el encargado de organizar la fiesta era el señor Oso, un oso muy amable y divertido que siempre hacía reír a todos los niños de la ciudad. Él había preparado una sorpresa especial para los pequeños que asistirían a la fiesta.
Al llegar el día de la celebración, los niños y niñas se apresuraron a vestirse con sus disfraces más espeluznantes y salieron corriendo hacia el centro de la ciudad, donde se llevaba a cabo la fiesta.
En el lugar, se encontraron con el señor Oso, quien les dio la bienvenida con una gran sonrisa. «¡Bienvenidos a la Fiesta de los Dulces de Halloween!», exclamó el oso mientras agitaba las manos.
Los niños, emocionados, comenzaron a explorar el lugar, donde se encontraban distintos juegos y actividades para ellos. En una esquina, había una mesa llena de dulces: caramelos, chocolates, chupetines y piruletas, todos ellos reunidos en el mismo lugar.
Uno de los pequeños, llamado Pedro, se acercó a la mesa y comenzó a comer todo lo que veía a su paso. Pronto, se sintió mareado y lleno de azúcar. Entonces, el señor Oso se acercó y le dijo: «¡Ey, Pedro! ¿no te gustaría saber cuál es la sorpresa que tengo preparada para ti?»
Pedro, todavía mareado y pensando en volver a comer, respondió: «¡Sí, señor Oso! Me encantaría saber cuál es esa sorpresa».
El señor Oso, entonces, invitó a todos los niños y niñas a seguirlo hacia una cabaña que estaba al final del callejón. Allí, les indicó que era hora de contar una gran historia de Halloween. Él se sentó en una silla y comenzó a narrar con una gran voz:
» Hace muchos años, en este mismo pueblo, vivía una bruja muy poderosa llamada Morgana. Ella tenía una gran habilidad para preparar hechizos y pociones, pero su mayor deseo era el de tener un ayudante».
Los niños, escuchando atentamente, comenzaron a imaginar lo que vendría.
«Morgana decidió crear una competición para seleccionar al mejor ayudante. Todos los niños y niñas del pueblo debían presentarse en su casa y probar su habilidad en la preparación de pociones. El ganador sería elegido como su ayudante para siempre».
Los niños, asombrados, miraban al señor Oso con admiración. Él, por su parte, seguía narrando:
«Uno de estos niños era el más popular y querido de la ciudad, siempre había tenido éxito en todo lo que hacía. Era muy valiente y siempre se mostraba dispuesto a ayudar a los demás. Pero en esta oportunidad, el destino tenía preparado algo distinto para él».
Los niños y niñas, cada vez más emocionados, no podían esperar a conocer el final de esta historia. Entonces, el señor Oso continuó:
«Durante la competición, el chico no logró preparar la poción que se le había encargado y, como castigo, Morgana lo transformó en un dulce para siempre».
En ese momento, los niños y niñas quedaron perplejos. «¿Cómo puede ser eso?», dijeron casi al unísono.
El señor Oso, sonriendo, comenzó a explicar: «Es cierto, las brujas y los hechizos existen, pero no hay que tenerles miedo. Lo importante es saber elegir lo correcto y no excederse en nuestros propios deseos».
Y así, la noche de la Fiesta de los Dulces de Halloween en Dulcelandia se convirtió en una de las más recordadas de todos los años. Todos los niños y niñas disfrutaron de los juegos, los dulces y, sobre todo, de la historia que el señor Oso había contado.
Esa noche, los vecinos de Dulcelandia se acostaron con la sonrisa puesta en el rostro, y seguramente, al año siguiente, volverían a reunirse para celebrar esta mágica fiesta. Y todos los años, el señor Oso estaría presente para recordarles que, en la vida, hay que tener cuidado con lo que se desea y que, a veces, hay cosas más importantes que los dulces.