La fiesta de los zombis de Halloween. Érase una vez, en un pequeño pueblito rodeado de bosques, que estaba a punto de celebrar su fiesta anual de Halloween. Todos los niños y niñas estaban emocionados por disfrazarse y salir a pedir dulces por las calles, pero lo más esperado de la noche era la fiesta de los zombis, que se celebraba en el jardín de la casa más antigua del pueblo.
La leyenda contaba que en esa casa, hace muchos años, vivía un famoso científico loco que creaba extrañas criaturas en su laboratorio. Se rumoreaba que algunas de esas criaturas habían logrado escapar y camperar por los bosques alrededor del pueblo. Desde entonces, cada Halloween las personas del pueblo se disfrazaban de zombis para recordar la anécdota y hacer que la fiesta fuera más divertida.
La noche del gran día, mientras los niños del pueblo se disponían a salir a pedir dulces disfrazados de vampiros, brujas, fantasmas y zombies, un pequeño niño llamado Miguel, de unos 8 años, estaba en su casa nervioso y atemorizado por los cuentos que había escuchado sobre la casa del científico loco, pero aun así, su entusiasmo por la fiesta y los dulces era mayor.
Miguel decidió disfrazarse de esqueleto, su disfraz favorito. Sus padres lo ayudaron a maquillarse y vestirse y por fin, el pequeño esqueleto estaba listo para salir a pedir dulces junto a sus amigos.
Cada casa del pueblo estaba decorada con calabazas, telarañas y luces de color naranja y morado, y las personas del lugar se sorprendían al ver a Miguel vestido de esqueleto y cómo disfrutaba de la fiesta, pero nada lo hacía sentir más cómodo que el sonido del murmullo de sus amigos que lo acompañaban.
Después de haber visitado varias casas del vecindario, llegó el momento que Miguel y sus amigos estaban esperando, al fin habían llegado a la casa del científico loco, donde se celebraba la famosa fiesta de los zombis. La casa estaba iluminada con una luz tenue y en la puerta un hombre disfrazado de zombi recibía a los niños.
Miguel se acercó a la puerta dispuesto a recibir su dulce y el zombi disfrazado lo recibió con una voz grave y escalofriante, pero a Miguel se le notaba en su rostro que estaba asustado y nervioso. El zombi le entregó un dulce y le preguntó si estaba bien, Miguel solo asintió y salió corriendo hacia el jardín donde se celebraba la fiesta.
La música de esta fiesta era la más divertida del pueblo y allí empezó a sonar una banda de músicos disfrazados de zombis que tocaban rock and roll, y todos los niños se pusieron a bailar al ritmo de las canciones mientras comían golosinas y bebían refrescos.
Miguel observaba a los demás chicos mientras bailaban, pero él no se animaba a hacerlo hasta que un niño se acercó a él y le dijo: «Estás triste, ¿no te gusta la fiesta?» Miguel le confesó que estaba asustado por los cuentos que escuchaba acerca del científico loco y los zombis que habitaban en los bosques y los pueblos aledaños.
El niño que habló con Miguel le dio confianza y le dijo que él también había tenido miedo en sus primeros Halloween, pero luego descubrió que esas historias solo eran cuentos y que los zombis no existían en la vida real.
Miguel se sintió aliviado al escuchar esas palabras y, tras ello, decidió unirse a la fiesta. Empezó a bailar, a cantar y a disfrutar de esa celebración mientras se daba cuenta de que no había nada que temer en esta fiesta, y que todos los zombis que bailaban eran personas disfrazadas igual que ellos que se divertían como cualquier otro.
Cuando la fiesta terminó, Miguel se fue a casa con sus amigos, y para su sorpresa, sus padres habían preparado una pequeña fiesta en casa con globos, música y mucho baile. Definitivamente, esta había sido la noche más divertida para Miguel.
Por eso, a partir de ese día, cada Halloween, Miguel se disfrazaba de esqueleto para salir a pedir dulces y bailar en la fiesta de los zombis, ya sin miedo, solo pura diversión y felicidad. Desde entonces, Miguel siempre estuviera ansioso esperando la llegada de la fiesta y siempre recordaba lo importante que era compartir sus miedos y preocupaciones con los amigos.