La Gatita y el Árbol de los Deseos. Érase una vez una gatita muy especial llamada Lola. Era especial porque tenía un corazón muy bondadoso y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. En una tarde de primavera, Lola caminaba por el parque y encontró un árbol muy bonito. Se acercó a él y leyó la placa que había en la base. Decía «Árbol de los Deseos». Lola nunca había escuchado sobre un árbol mágico que concediera deseos, pero decidió probar suerte. Con mucha ilusión, se acarició la barbilla y comenzó a desear.
– Deseo tener una casita acogedora y confortable – dijo.
Cuando abrió los ojos, Lola estaba sentada en una cajita de cartón en medio del parque. Se sintió confundida y un poco asustada, pero luego recordó que había encontrado el Árbol de los Deseos y que su deseo se había cumplido… ¡o no!
Efectivamente, Lola estaba en una casita, pero no era su casa, sino una caja. No había paredes, ni techos, ni baño, ni cocina, ni camas. No había nada en la caja excepto ella. Lola empezó a maullar pidiendo ayuda, pero nadie parecía oírla. Entonces, decidió desear de nuevo.
– Deseo encontrar a alguien que me ayude a salir de aquí – dijo.
Inmediatamente, la cajita se movió y se abrió. Lola saltó de la caja y siguió maullando. Hasta que de repente, una nube de nieve blanca apareció y empezó a girar en el aire. De ella salió un gato sonriente y le dijo:
– Hola, Lola, soy Arturo, el gato mágico. Te he escuchado maullar y he venido a ayudarte. ¿Qué te sucede?
Lola le explicó lo que había pasado y Arturo entendió. Le dijo que ella había hecho mal su deseo al pensar en una casita en general, y no en su casa concreta. Le pidió que deseara de nuevo, pero esta vez debía ser más precisa.
Lola cerró los ojos y pensó en su casa: un pequeño departamento en el tercer piso de un edificio antiguo en el centro de la ciudad. Lo imaginó con todos sus detalles, con su cama, su comedero de comida, su rascador, sus juguetes, sus macetas de plantas. Deseó que, al abrir los ojos, apareciera frente a ella su casa perfectamente.
Cuando Lola abrió los ojos, el parque y la cajita habían desaparecido, y en su lugar estaba su pequeño departamento tal como lo había imaginado. Se sintió muy feliz y agradecida con Arturo, el gato mágico. Sin embargo, se dio cuenta de que aún había algo que faltaba: compañía. Vivir sola no era tan divertido como imaginaba.
– Me siento sola – le confesó a Arturo. – Quiero un amigo.
– Eso es fácil de arreglar – dijo Arturo con una sonrisa. – pero debes ser específica de nuevo. Dime, ¿cómo es el amigo que deseas?
Lola lo pensó un momento y dijo:
– Deseo un amigo con quien jugar, con quien dormir abrazada en invierno, con quien conversar en los días de lluvia, con quien compartir mi comida y mi espacio, con quien sentirme segura y feliz.
Arturo cerró los ojos y emitió un leve maullido. Cuando los abrió, había un gatito dormido en el regazo de Lola. Era un gatito blanco y negro, con ojos grandes y verdes, que ronroneaba suavemente. Lola lo miró con asombro y ternura.
– Es… es perfecto – dijo abrazando al gatito. – ¿Cómo lo hiciste, Arturo?
– Yo soy un gato mágico, recuerda – respondió Arturo con una sonrisa. – Los amigos de verdad siempre aparecen cuando se les necesita. A veces sólo hay que pedirles. Y, por cierto, ¿cómo le llamarás a tu amigo?
Lola acarició al gatito, que se despertó y la miró con curiosidad.
– Creo que lo llamaré… Tito – dijo Lola. – Es un nombre corto y bonito.
Desde ese día, Lola y Tito se convirtieron en grandes amigos. Jugaron, durmieron juntos, conversaron, cuidaron uno del otro. Lola se sentía muy afortunada y agradecida con el Árbol de los Deseos y con Arturo, el gato mágico. Y aprendió una importante lección: que hay que desear con precisión y con el corazón, y que los verdaderos amigos siempre aparecen cuando se les necesita.